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La deconstrucción es un concepto trabajado inicialmente por J. Derrida, introducido a los estudios de género por J. Butler, R. Braidotti, entre otras teóricas, para cuestionar las nociones hegemónicas alrededor de la identidad: género, sexualidad, clase, raza, nacionalidad, religión, etc. Al deconstruir un discurso, una idea, una creencia, nos abrimos a lo diferente, desplazamos su centro y subvertimos la rigidez u opresión de los valores y normas socioculturales que promueve.
Ahora bien, la deconstrucción de la masculinidad tradicional posibilita la crítica a sus características más arraigadas: los hombres no lloran, no saben (no quieren) atender o cuidar: su casa, a sus padres, a sus hijos, a quienes enferman o envejecen; tienen que proveer: dinero, soluciones, órdenes, en fin. Una larga lista de parapetos para que la mayoría de los hombres, es decir, aproximadamente la mitad de la población de este planeta, siempre quieran llevar el mando y, paradójicamente, resulten siendo cuidados durante toda su vida por mujeres (primero sus madres, después sus esposas e hijas).
Pero ellos, por lo general, no cuidan ni se cuidan. Y así, en pleno siglo XXI, nos vemos resaltando un quehacer rutinario para millones de mujeres, como lavar la losa, solo porque esta vez es un hombre con poder el que la hace.
¿Y por qué todo esto es problemático? Porque las tareas del hogar son de todos los que lo habitamos, sin importar trabajos o ingresos. Tanto hombres como mujeres debemos hacer esas labores (no “ayudas”), por corresponsabilidad con el espacio y la gente que compartimos. Yo también me tardé un tiempo en entender y aplicar a mi vida en pareja esta idea feminista, liberadora, justa, pero hay que hacerlo.
Hay que salir de la cómoda ignorancia y arrogancia que el machismo promueve, para ver lo que ONU Mujeres y el Dane ya tienen muy estudiado: las horas de trabajo doméstico y de cuidados no remunerados limitan nuestro propio desarrollo: oportunidades educativas, laborales, tiempo para el descanso, el ocio, la participación social o política, y equivalen al 20 % del PIB colombiano. De manera que no solo resulta falso y violento sino absurdo decirle a una mujer que es una “mantenida” o que “no sirve para nada”, cuando se dedica 24/7 al cuidado del hogar, en todas sus dimensiones.
Según Sofía Petro, el paso del tiempo y las discusiones en familia han facilitado que su papá ya lavé los platos, entre otras acciones, supongo, del camino que inició hacia la deconstrucción de su masculinidad. Pues bien, es lo que hace rato debía hacer: para cambiar el país y el mundo, como él pretende, hay que empezar por uno mismo. Nada más, y nada menos.
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