Muy pobre el espectáculo de un supuesto educador armando un escándalo porque unos estudiantes aplaudieron el paso de unos guerrilleros por el frente de su colegio camino a un centro veredal de desmovilización. Poco creíble que en pleno 2017 subsistan educadores que nieguen a los niños y a los jóvenes el derecho y las oportunidades de pensar, de crear, de opinar, de demostrar su inconformismo, de manifestar sus preferencias, de ser rebele y de integrarse a la comunidad. Así fuera con babas, hizo un aporte para que los enemigos de la paz y de la reconciliación dispararan contra la educación y la cultura, pues no ven por el ojo bueno la conveniencia de la educación pertinente y que los estudiantes se enteren de la realidad nacional para que puedan orientar su futuro. Y lo peor con este tipo de educadores es que se volvió plaga, incluyendo violadores y acosadores, tolerados por directivos y respaldados por politiqueros. Los expedientes se mueren en las ‘ÍAS’ y los degenerados siguen campantes.
Carajaditas como estas incrementan la percepción negativa que los colombianos tienen de su clase dirigente, unas élites de corto vuelo y largas pezuñas que solo miran el dinero, bien o mal habido, y siempre han despreciado a los desposeídos. Con razón se oponen la paz. Serían los primeros sacrificados con la verdad y patalean para no permitir la igualdad y la justicia. Por eso hacen todo lo posible para meter palos a las ruedas de la paz, como los que están metiendo con el escándalo de Odebrecht, el destapador de la clase política de América Latina. Lo están usando para hacer invisible el proceso de paz, incumplir lo pactado y volver a llenar de sangre de campesinos los suelos colombianos. La lucha contra la corrupción debe salir del promeserismo y volverla realidad, algo que es necesario y conveniente. Pero, ¿cómo lograrlo? Imposible con la clase política cada día más corrompida. Es a la juventud, no contaminada, que piensa en el futuro y el bienestar de los colombianos. Ella debe tomar las banderas. Esa es la esperanza.
Ñapa.- Garlaban sobre Odebrecht y sacaron a relucir a Darío Jiménez, ese gran pintor tolimense que se codeó con el muralista Diego Rivera y fue compañero de tertulias de Alberto Suarez y del pianista Óscar Buenaventura. Regresa de México en 1948, “…no tenía ni siquiera ropa, por lo que venía envuelto en una sábana. En la mano traía una jaula y dentro de ella los zapatos. Venía ebrio. Todo su equipaje era una mochila mexicana, en la que cargaba dos botellas de tequila y unas flores artesanales…”. Se instaló con una hermana y se dedicó a pintar sobre lo que encontraba. En El Fique se encontró con alguien que lo confundió con el zapatero de la abuela. Al visitar su estudio se sorprendió con la cantidad de obras en el piso algo que comentó con dos supuestos pintores que vivían del Centro Cultural Roberto Ruiz, que se comprometieron a tomar las medidas y hacer los cálculos para gestionar la marqueteada de la obra. Esa misma semana estaban vendiendo obras robadas del estudio de Jiménez. Uno de esos desinteresados fue mencionado en la desaparición de obras de la Colección de Arte del Tolima vuelta rumba en el Instituto Tolimense de Cultura. Claro que los otros ladrones son conocidos. Pero un detalle curioso para los que investigan el tema. Uno de los cuadros de Jiménez fue el retrato de la educadora Carmenza Rocha, quien como secretaria de Educación del Tolima nombró como maestro de Chaparral a Eutiquio Leal, el recordado Comandante Olimpo. Siguieron hablando de la corrupción en la cultura hasta que celebraron la sacada de la gobernación del inexistente Centro de Memoria Histórica de Purificación, el intento de chanchullo con un proyecto para Dolores, las guaduas de la Casa Inglesa de Ambalema y terminaron rezando sin camándula sobre la inoperancia de los entes de control.
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