Las alarmantes cifras de contagiados y fallecidos por Covid-19 durante estos últimos días indican que muchas personas no se han cuidado. Sobran las imágenes por redes sociales que muestran situaciones de aglomeración y poco autocuidado. Las explicaciones van desde la necesidad de trabajar hasta el simple reclamo de la libertad.
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Tan cierto es, que muchas personas en la búsqueda de dinero para su sustento diario se exponen al contagio involuntariamente como que muchos desestiman las consecuencias de enfermarse. Pareciera que las noticias diarias sobre la pandemia no son suficientes para crear en el imaginario la necesidad de cuidarse.
Mientras esto ocurre, los gobiernos buscan cómo disminuir las tasas de velocidad de contagio de Covid-19 mediante desesperadas medidas que limitan las libertades humanas y sociales, y destruyen el tejido productivo. Por supuesto que la inconformidad con los gobiernos ha crecido, creándose una bomba social que estallará mediante manifestaciones y reclamos populares. No es raro ver a muchos hablando de revocatoria de mandatos en varias ciudades.
Una situación bastante criticable para los gobiernos es que conociendo las proyecciones de futuros picos de contagio se espere hasta llegar a los altos porcentajes de ocupación de camas UCI y de personas fallecidas para intentar aumentar la capacidad con nuevas camas. A diferencia de lo que pasa con los incontables anuncios de ejecución gubernamental que nunca se concretan y no pasa nada, los anuncios frente a la pandemia son difíciles de dejar pasar.
En nuestra ciudad, una de las más afectadas, la pandemia se expresa en un alto número de muertos, un marcado deterioro en el mercado laboral, un desesperante aumento de la pobreza y la desigualdad, un triste aumento en el deterioro de la salud física y mental, y una gran incertidumbre frente al futuro educativo, económico y laboral de las familias.
En este escenario, caracterizado por cuarentenas, toques de queda, pico y cédula, surge el gran desafío de cómo cuidar a quien no quiere cuidarse y no fracasar en el intento. Hasta ahora la respuesta ha sido represión.
La actitud de muchas personas es comparable a la de un menor de edad necio y rebelde. A ese menor no se le castiga, se le educa, con mucha paciencia se le comprueba su vulnerabilidad o el peligro para con otros por su comportamiento.
Como en todo proceso educativo es clave que la información sea verídica y que exista autoridad moral de quienes lideran los procesos.
A los jóvenes se les debe diseñar nuevos modelos de uso de espacios comunes que concienticen que aunque ellos tienen un bajo nivel de vulnerabilidad su capacidad de transmisión es alta.
Las campañas educativas deben ser agresivas, realizando comparendos educativos y mostrando casos emblemáticos, por ejemplo, en Cali, un joven que se contagió en una fiesta a la que no tenía permiso de ir, terminó contagiando a sus abuelos, y él intentando suicidarse, toda una tragedia por donde se le mire.
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