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Es más, el pensador Lin Yutang, creía que buscar la felicidad era tarea primordial de los seres humanos. Felicidad como generadora de bienestar físico, mental y espiritual, para la cual nobleza y generosidad estaban por encima de todo. Por lo tanto, siempre la felicidad concebida como un estado de satisfacción con uno mismo y con el contexto o el ambiente que nos rodea y permea.
En fin, para no caer en los terrenos epistemológicos y filosóficos de las más diversas escuelas y su acepción de felicidad, solo digamos que alcanzarla es una aspiración antiquísima y una de las metas prioritarias que nos acompañan durante toda nuestra existencia.
Más allá de estos aspectos metafísicos y un tanto del mundo de las ideas, precisemos que en la modernidad ha tomado relevancia -y tal parece que esta situación vivida desde el año 2020 lo aceleró-, apostar desde las organizaciones, especialmente privadas, por el cultivo de la felicidad como parte de su gobierno corporativo y como mecanismo impulsor de la propia productividad, en la definición más literal del término económico.
La felicidad organizacional, lo que busca es el rendimiento laboral, pues entre más cómoda, plena, realizada, tranquila y placentera, entre otros muchos aspectos se sienta la persona, más genera una psicología positiva que permea el propio ambiente laboral, el familiar, la relación con los clientes y compañeros de labores estimulando el trabajo en equipo, la motivación y la toma de decisiones más acertadas en beneficio de la organización.
Las compañías más grandes del mundo ya la aplican desde las áreas de recursos humanos o gestión del talento humano con la flexibilización de horarios, más cómodos espacios laborales, metas y productos de entrega a largo plazo, entre otros aspectos. Las compañías donde se aplica son las que más rápido han salido a flote, han soportado o crecido pese a la crisis del Covid 19, según los últimos estudios. Por tanto, en una situación como la que vive actualmente el mundo, Colombia e Ibagué, de forma particular, buscando recuperar su economía, sí que valdría conocer más de este tipo de programas organizacionales y aplicarlos a los sectores productivos que soportan nuestra débil economía local, como herramienta de apoyo a un cambio de actitud colectiva que eleve la moral ciudadana y estimule cambios actitudinales y aptitudinales.
Incluso su aplicación podría ser una contramedida a ese coletazo económico, pesimismo, incertidumbre y zozobra que se palpa, permeado de malas noticias, de situaciones de posible corrupción, despilfarros, desgobierno y de, al parecer, esos evidentes y forzados encubrimientos institucionales de parte de actuales funcionarios frente al uso abusivo de los bienes y escenarios públicos en la ciudad de todos conocidos hoy, de gobernar permanentemente con la mentira como herramienta administrativa y un deje de desprecio con hechos y acciones –en discursitos es otra cosa- para con la ciudadanía ibaguereña y la dura situación que enfrenta actualmente. Por estas razones se hace más que necesario implementar desde las empresas, gremios, iglesia, instituciones, asociaciones, congregaciones y hasta organización comunales este cultivo de la felicidad, para tratar de mejorar el clima social enrarecido y casi fúnebre que se mantiene sobre Ibagué como nube gris en días lluviosos.
Se requiere entre todos empujar esa bruma, de que, en verdad, se actúe pensando en el bien-estar de Ibagué, en la mejora colectiva, en el bien general y no en lo particular del bolsillo y las ansias enfermizas de poder de unos pocos y sus cálculos politiqueros. Se necesita iniciar con pequeños pero certeros pasos de cultivo de felicidad organizacional en Ibagué para irrigar la ciudadanía, no hay de otra.
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