He sumado por segunda vez los treinta seis, esos años que uno tras otro son mi vida. Y no puedo menos que gritar, ¡Gracias!
Gracias le digo a la luz que me indica que, como el rocío sobre las hojas que me abrigan, permanezco.
Que es hermoso ver otra vez el sol sobre las colinas e inundar de luz cada uno de los rincones de mi alcoba. Y saber que su tibieza también está en mis manos, abre mis ojos al milagro del día y moviliza mis pasos para que siga mi camino, como si la muerte no hubiera estado revisando mis horarios.
Hoy me invaden a ráfagas las imágenes de mi infancia, los veinte, los treinta, los treinta y seis y los otros, tantos rostros a los que hoy les agradezco lo que soy y lo que vivo.
Estoy aquí dice el ocobo desde el parque y entonces le respondo que también yo vivo por la gracia de su sabia, que sustenta al universo. Vivo por sus colores y sus hojas. Vivo por su silencio que sólo murmura con el viento. Vivo por su sabiduría que hace verde el horizonte.
Gracias vida por tantas alegrías.
Gracias a quienes me han ayudado a empujar el carro de los años, que no se ha detenido porque su motor es la alegría.
Gracias por los dolores superados, las traiciones, las ingratitudes, los abrazos, los besos, las ausencias, los olvidos.
Gracias por las pinturas: una madre que arrullaba su sueño en un solar lejano. Un padre que cosía su futuro con el rítmico sonido de su máquina, su atado de poemas, sus cuentos, su música precisa.
Un pueblo arrogante, mezquino, ya desdibujado en mi memoria.
He luchado tanto, que a ratos olvido mis derrotas, como si navegara sobre extraños precipicios. Me he derrumbado y he llorado, pero quienes han acompañado mi travesía han renovado mi energía, han dado nueva luz a mis propósitos: mis hijos, mis amigos, las mujeres que han compartido mis insomnios, las envidias que han alimentado mis sueños, los caminos recorridos, lo lejano y cercano, las visitas inolvidables, las ciudades conocidas, los idiomas, los libros publicados, los lienzos redivivos, tantas cosas juntas, setenta y dos veces repetidas.
Así los años y los días. Así las noches, las mañanas encendidas, los atardeceres naranjas de la espera.
Así mis años. Así mis horas, mis dudas, mis certezas, setenta y dos veces vueltas a rodar en la noria eterna del destino.
Con Violeta diré “gracias a la vida” ahora que el crepúsculo me dice que hay que seguir, adelante no importa el peso del tiempo ni los ramalazos blancos sobre mi cabeza, que me recuerdan que la vida ha sido solo un instante en la rutina de mis actos.
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