Esta frase de Marx, inspirada en Hegel, aparece en un ensayo publicado en 1852, y reza textualmente: “La historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa”. Esta tesis resulta oportuna y pertinente para analizar dos casos sucedidos en nuestro país.
Hace casi setenta años, el 9 de septiembre de 1949, se produjo en una sesión del Congreso, el acto vergonzoso conocido como “La balacera del Senado”, tragedia que causó la muerte del representante a la Cámara por el departamento de Boyacá, Gustavo Jiménez, quien recibió un proyectil, cuyo autor no pudieron precisar las autoridades, porque se escucharon más de cuarenta disparos. En esta “balacera” también murió el representante liberal por Antioquia Jorge Soto del Corral, pese a que alcanzó a ser llevado a un centro asistencial.
El anterior episodio de intolerancia representó para el país el aumento de la confrontación entre liberales y conservadores, que a la postre dejó más de trescientos mil muertos, pues el ejemplo irreflexivo fue imitado, gracias al patrocinio de los partidos tradicionales que se valieron de la ignorancia, las arengas y el fetichismo por el color de una bandera para enceguecer las mentes y sembrar el odio.
Uno se pregunta cómo pudo ocurrir un suceso de esta magnitud protagonizado por los llamados “padres de la patria”, quienes acudieron al argumento de la violencia para desaparecer físicamente al contradictor. El hecho de que en la época se permitiera el ingreso de armas al recinto y, además que en una cafetería ubicada allí mismo, se expendiera licor a los senadores y representantes en los momentos de pausa, no explica la actitud criminal y tampoco atenúa la importancia del suceso, pero sí devela el tipo de representantes que llegan al poder, nombrados por el pueblo.
Paradójicamente la semana anterior, en un debate sobre las objeciones a la Ley Estatutaria de la JEP, aparecieron las mismas actitudes nefastas que, en un tono pendenciero y ofensivo pretenden silenciar a quienes piensan diferente. Esta actitud, no solo muestra el talante de quien la ejerce, sino la estulticia de quienes la comparten. El grito pueril y casi cómico acusando a otro senador de “sicario moral” por parte de un hombre que tiene tanta responsabilidad con el país, dejó claro que sus argumentos siguen siendo el odio, la calumnia y la retaliación.
La farsa montada el jueves anterior, y los trágicos acontecimientos de 1949, presentan alguna similitud. Aunque ya no se muestran las armas y han cambiado las balas por palabras, porque estas últimas también hieren y hacen parte del libreto para desestabilizar la paz, un sueño que no hemos podido alcanzar, porque los señores de la muerte no cesan de azuzar la guerra.
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