“Guayacanal”, el puzle que debemos armar

libardo Vargas Celemin

William Ospina Buitrago acaba de publicar su última novela con el nombre de “Guayacanal”, la finca que sus antepasados, venidos con la gran oleada de la colonización antioqueña de mediados del siglo XIX, logran levantar en las ariscas montañas, que limitan entre el Tolima y Caldas. El trabajo titánico de sus bisabuelos y una profusa descendencia son los protagonistas de estos relatos contados por la voz de un narrador en primera persona y cuya intencionalidad, además de recuperar las vivencias familiares, es la de aproximarnos críticamente a la historia colombiana.

El paseo que Ospina realiza a Manzanares, con todas sus peripecias, es la disculpa para sumergirnos en sus evocaciones, en las descripciones poéticas del paisaje, al igual que en el diálogo permanente con el pasado, sin olvidar que es la violencia la protagonista de nuestra historia desde la llegada de los conquistadores españoles, hasta el enfrentamiento fratricida, en nombre de dos partidos políticos.

Varios capítulos abordan los recuerdos de esa migración que Eduardo Santa bautizara como “La epopeya del hacha”, realizada por seres que llegaron a las selvas empotradas en el centro del país, sin más capital que su fuerza de trabajo y el empuje de su espíritu aventurero, con lo que lograron cultivar la tierra, construir ranchos, abrir caminos y fundar caseríos que el tiempo convirtió en ciudades.

La violencia no es solo la de la naturaleza, también, y en mayor medida, la ejercida por el hombre contra sus congéneres. Una de las raíces de todos estos males parte de la inequidad en la tenencia de la tierra, por ejemplo, la concepción otorgada a José María de Aranzazu, más de quinientas mil hectáreas que siempre fueron resguardadas por las togas, las sotanas y los fusiles.

En “Guayacanal”, Ospina divide la novela en breves capítulos de tono coloquial y gran vuelo poético. Complementa la narración con hermosas fotografías familiares; usa la fragmentación para saltar de la enconada lucha por dominar el territorio escabroso, a la crueldad de bandidos como “Desquite” o “Sangre negra” protagonista de la violencia bipartidista.

Rememora la guerra de exterminio adelantada por Francisco Núñez Pedroza contra los pueblos indígenas cercanos al río Magdalena, al igual que la pacificación adelantada en el Tolima por el comandante Matallana en los años sesenta. Pero en medio de tanta violencia aparece la imagen redentora de don Ruperto Beltrán contándoles a los niños de Santa Teresa, las leyendas de las mil y una noches y exacerbando la imaginación de un niño que más tarde abrazara la literatura para contarnos la historia de la región.

William Ospina nos entrega todas las partes del puzle, para que después de la lectura de “Guayacanal” reflexionemos en serio e intentemos armar este rompecabezas que llamamos Colombia.

lcelemin2@gmail.com

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