La selección Colombia, la que era campeona antes de iniciarse la Copa América, perdió ante Chile y tan pronto se terminó el partido, se inició el juicio para responsabilizar a alguien de tanta frustración, y caerle con toda la sevicia y el odio que produce el fracaso. Así se actúa en Colombia, no tenemos la suficiente entereza de aceptar la parte de culpa que nos corresponde y la descargamos en el otro, manera cómoda de apaciguar la conciencia.
A diferencia de lo ocurrido en la obra de teatro de Lope de Vega, “Fuenteovejuna”, donde el pueblo asume solidariamente la responsabilidad, aquí cada uno nos sentimos exonerados y le endilgamos lo ocurrido, por ejemplo, a los medios de comunicación, por haber creado falsas expectativas, sin embargo no pensamos que pudimos haber rechazado tantas especulaciones.
La actuación en la primera fase se encargó de hacernos creer que teníamos un equipo imbatible. El marcador frente Argentina exacerbó el triunfalismo y todos nos dedicamos a recitar elogios, olvidando las falencias evidenciadas. Las pantallas de televisión que mostraban las oleadas de camisetas amarillas y los gritos frenéticos de sus portadores, nos entregaron por adelantado el tiquete a la gloria.
Para otros, el entrenador, principal chivo expiatorio, cometió varios errores como la insistencia de alinear a quienes están muy cerca de cumplir su ciclo futbolístico; el convocar jugadores que no están de titulares en sus equipos, dejar para los diez minutos finales a uno de los mejores jugadores de las ligas europeas; sin embargo, fueron muy pocas las voces que rechazaron la convocatoria.
Los fatalistas hablan de que nos eliminó la mala suerte que tenemos, siempre nos pasa lo mismo, el penalti que el árbitro no pita, el balón que se estrella en el poste, el exagerado tiempo de reposición que le sirve al contrario para ganarnos el minuto final y tantas otras disculpas que hemos inventado para borrar la amargura que nos deja la pérdida de un partido.
“El fútbol siempre debe ser un espectáculo”, lo sentenció el holandés Cruyff, pero los apostadores que lo convirtieron en negocio y lo despojaron de su naturaleza recreativa, quieren ahora vengarse por sus pérdidas y reeditar, veinticinco años después, el vil asesinato del inolvidable Andrés Escobar.
Estos insensatos se han dedicado a hostigar a Tesillo y a su familia por haber fallado el penalti, como si todo hubiera dependido de esa jugada y la eliminación no fuera producto de un proceso.
Quienes condenan sin autocrítica niegan que la responsabilidad nos compete a todos, porque somos una sociedad pasional e irreflexiva que aún en el deporte nos dejamos manipular. Por eso cuando alguien nos pregunte ¿quién nos eliminó?, debemos tener el carácter de reconocer que nos eliminamos nosotros mismos.
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