Indiscutiblemente merece resaltarse el triunfo de un humilde y corajudo muchacho, nacido en Bogotá por azar, pero radicado desde sus primeros días en Zipaquirá, quien acaba de alcanzar el pódium en la carrera ciclística de mayor tradición en el mundo, pero también ha logrado la hazaña de sacudir las fibras “patrioteras” de un país escéptico y polarizado.
Egan Arley Bernal Gómez encontró su proyecto de vida a muy temprana edad y materializó sus sueños montado en lo que el locutor Carlos Arturo Rueda C. llamaba “caballitos de acero” y que hoy se hacen de titanio, aluminio, fibra de carbono y otros materiales. Ese niño intrépido que no le temía a las distancias; que se descolgaba por entre las trochas, atravesaba ríos y se sumergía en las pantanosas rutas en pro del triunfo, ha logrado conmover a millones de personas que se volvieron aficionados de fin de tour.
Los medios de comunicación han auscultado minuciosamente la vida de Egan para destacar la humildad, la sencillez y, sobre todo, el tesón para buscar apoyo con el fin de representar al país. Esa nota escrita en el 2014 solicitando ayuda es la radiografía de lo que tienen que hacer miles de jóvenes, no solo en el deporte, sino también en la cultura y en otras actividades, para rescatar la imagen de una nación donde algunos políticos y dirigentes se han encargado de enlodarla.
Resulta paradójico que muchos de los que este domingo llegaron hasta las lágrimas al ver la figura menuda de Egan en el peldaño más alto, son los mismos que se han opuesto a que se construyan ciclorrutas en las ciudades; son los responsables, por ejemplo, de que en Ibagué hayan demolido el velódromo “Pedro Jota Sánchez“ y otros escenarios, ante la mirada cómplice de políticos, dirigentes y comunidad en general, cuando nos robaron los escenarios deportivos. Tal vez son los mismos que se oponen a que se construyan gimnasios al aire libre, campos deportivos en los barrios, o que objetan las inversiones en el deporte, por no considerarlas prioritarias.
Ahora todo el mundo “saca pecho” por este premio ajeno. ¿Cuántos habitantes de Zipaquirá y Colombia atendieron el llamado de Egan cuando era un niño deseoso de traer una medalla de Holanda, como en efecto lo hizo?. La triste historia de nuestros campeones es siempre la misma: pasar por mendicantes, sufrir vicisitudes, quebrarse “el pellejo” y luego recibir los aplausos, las promesas que se incumplen y una medalla oportunista de segundo orden que le permitirá conocer el palacio de Nariño.
Los trepadores del pódium serán siempre los mismos y el pueblo anestesiado esperará ahora la maratón carnavalesca de las elecciones para distraer sus infortunios.
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