“La belleza está en la calle” decía una de las consignas de mayo del 68, el movimiento estudiantil y obrero desarrollado en Francia y que logró influir en el pensamiento de varias generaciones a nivel mundial. Nunca olvidaremos las imágenes de Daniel El Rojo arengando a las multitudes, mientras miles de personas coreaban al unísono “La imaginación al poder”.
Durante los meses de mayo y junio, el gobierno francés intentó disuadirlos por todos los medios, incluyendo la represión policial a esa juventud harta del colonialismo y las guerras en indochina y Argel, impulsadas en el país que precisamente había dado nacimiento a los Derechos del Hombre.
Medio siglo después, guardadas las proporciones, los móviles y los métodos de las grandes jornadas francesas, son asumidos por la juventud colombiana que se ha movilizado como la única forma de luchar por sus reivindicaciones y, aunque no se ha generalizado la participación de obreros, campesinos y sectores populares, las gentes han salido en forma pacífica a hacerse oír, se han apropiado de la creatividad y sus gritos no solo llevan el tono desgarrador de la exigencia, sino también el matiz de las voces que interpretan de distinta manera el mismo sentir.
Sorprende como los músicos dejan las salas de conciertos y el frac, sacan sus instrumentos, atriles, partituras y se instalan en las calles. Los violines gimen de alegría, los tambores resuenan de coraje, las trompetas retumban despertando las conciencias y un nuevo instrumento tintinea con el golpe agudo que sale de una paciencia agotada que se toma las avenidas y los parques.
Igualmente, los zanqueros se yerguen en medio de la multitud agitando las banderas; los teatreros representan tragedias cotidianas; los indígenas se hermanan con sus bastones; los pinceles colorean el futuro; la danza exterioriza su plasticidad. Mientras el gobierno y algunos medios buscan responsables de lo que ellos mismos han creado y la mayoría de políticos se esconden para que la hecatombe no los afecte.
Los nuevos paradigmas artísticos se han tomado la protesta. Cada marcha, cada cacerolazo es una eclosión del humor que muestran las consignas que llevan los jóvenes de rostros multicolores o los memes que difunden los cibernautas. La sociedad ha cambiado y lo seguirá haciendo desde que la juventud se apersone: “en el reconocimiento de la función social del arte, (...) como estrategia privilegiada para avanzar hacia procesos de radicalización de la democracia, profundización de la ciudadanía y construcción de sujetos emancipados”. (A.M. Pérez Rubio (U. Guadalajara).
Saludamos ese despertar de los jóvenes, aunque lamentamos que haya tenido que correr sangre de parte y parte, por la torpeza de quienes desconocen el valor de la calle como escenario válido para la imaginación y la creatividad.
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