Más de 60 años de amor sellados ante Dios

ANTONIO GUZMÁN OLIVEROS - EL NUEVO DÍA
Como el refrán que reza: ‘Dios los cría y ellos se juntan’, se puede calificar esta relación de más de medio siglo, un amor que ha durado toda la vida y que ahora fue sellado por el mandato del Creador.

La boda del año se cumplió en Piedras, y aunque no se trató de la familia más pudiente de este municipio, ni de grandes hacendados con tierras, ganados y grandes cultivos, lo curioso es que la pareja es una de las más longevas de la región.

Algunos aplaudieron la decisión, ya que son pocos los que toman esta iniciativa, también hubo otros que lo tomaron como ofensivo a los ancianos; ello, por supuesto, sin saber que estos esposos, sin importar la edad, son muy lúcidos y recuerdan hasta el día en que se conocieron y los hijos que tuvieron.

Infortunadamente para esta humilde pareja, su casa, situada en la vereda Chicalá, salió favorecida hace unos años con un auxilio de vivienda de unos ocho millones de pesos; sin embargo, ni ellos mismos saben adónde fue a parar esa inversión.

Nació el amor

Ángela Martínez Legro nació el 1 de octubre de 1924 y Teodoro Martínez Serrano, el 3 de enero de 1930; ambos son naturales de Alvarado y se conocieron en la vereda Caldas Viejo, de la mencionada población norteña.

Recuerda Teodoro que el día que vio a su esposa fue amor a primera vista y que, desde ese momento, cuando él tenía 20 años de edad, no dudó un instante en cortejarla y ganarse el corazón de quien ahora, más de 60 años después, es su esposa.

“Ella trabajaba donde unos primos míos, por meses y le tocaban muchas labores, cocinaba para unas 12 personas; ella sola haciéndole la papita desde las 2 o 3 de la mañana, asando arepitas, y como yo trabajaba ahí, dije un día ‘le voy a ayudar en la molienda del maicito, y de ahí en adelante empezamos a salir’.

“Eso fue en Caldas Viejo, me junté con ella cuando yo tenía 20 años de edad (ahora cuenta con 85 años)”.

Este hombre, quien dice ser muy responsable y siempre respetó a su amada, asegura que todo ha sido como si fuera planeado por el destino, pues ambos comparten el mismo apellido y no son familia, nacieron en Alvarado y fueron bautizados en la misma parroquia.

Y sobre el motivo de vivir en Piedras cuenta que todo se debió a que su madre, María Reyes Serrano, y su padre, Hermenegildo Martínez, residían en el sector: “A mi papá no lo distinguí, porque murió cuando yo estaba pequeñito”.

Fidelidad eterna

Ángela apenas logra decir algunas palabras, casi siempre permanece en su cuarto, ya que el Sol le molesta la vista, pero en su rostro se nota la alegría de haberse casado con el hombre de su vida, y no duda un instante en abrazar a su amado y corresponderle con un beso.

Y no es para menos, ya que Teodoro trabaja fuerte en las labores del campo para seguir sosteniendo a su querida esposa, pues ambos viven solos en una casa de bahareque, ya que en una de las administraciones anteriores les construyeron una choza no apta para convivir.

La gente ve a diario a Teodoro cruzar el pueblo con un costal al hombro, llevando los alimentos para su casa.

“Sigo trabajando y con la mochila al hombro trayendo el mercado para la casa; siempre he sido responsable, ahora más y me siento tranquilo y lo más de sabroso.

“Hace poco fui a comprar una carne y me dijeron ‘ole, te casaste al fin’ y les respondo que ‘hay que asegurar la vida y dar ejemplo a los demás’. En el pueblo mi matrimonio fue de admirar, y a mí me distinguen mucho en Piedras”, puntualiza Teodoro.

Finalmente y luego de visitar a estos recién casados, nos despedimos de ellos y las palabras de esta mujer son: “No me olviden, bendiciones” y con su mano derecha, hace la señal de la cruz.

Lo que dejó un subsidio de vivienda

La casa de bahareque donde residen en soledad los esposos Martínez está que se cae sobre ellos; el rancho, cuentan Teodoro y su hija Luz Marina, quien está de vacaciones, fue uno de los primeros que construyeron en Chicalá, pero el tiempo la tiene a punto de caer.

Por esta razón, hace unos años el Gobierno destinó un subsidio para mejorar la casa. Cerca a la cocina -al aire libre- fue el sitio escogido para lo que sería una vivienda digna.

“Otorgaron el subsidio, eran como ocho millones de pesos, mi papá consiguió unos palos y el día que vinieron a construir, pusieron unas yaripas verdes (guadua), pero estaban llenas de carcoma; cuando supe de esto, hablé con el ingeniero, comentándole que se supone que les iban a construir una pieza en bloque, no me prestó atención y al tiempo vinieron a fumigar.

“Hicieron ese caney (enramada) y el resto de dinero no se supo qué se hizo; ese dinero en ese tiempo era para construir una vivienda cómoda, pero a diferencia de otras mejoras, a esta no le hicieron nada”, cuenta Luz Marina.

Credito
ANTONIO GUZMÁN OLIVEROS

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