Cuando las chicharras…

Cuando las chicharras comienzan a cantar a las cinco y media de la tarde entiendo que la época seca del año se va a dejar sentir con toda su fuerza y el calor será el amo y señor de los rincones.

 Otros la llaman a esta época verano, como en las zonas templadas del planeta, pero nosotros sabemos que es ausencia de agua, incluso sequía con su tanda de tragedias. 

 

Hace mucho tiempo me engañaron diciéndome que las chicharras cantan para llamar el verano y que se revientan y mueren después de cantar en coro en las horas tempranas del anochecer. Pero no. Los científicos hablan de una especie de cortejo en el que el macho expresa que está listo y la hembra lo acoge en medio de gritos, que a unos nos parecen románticos y a otros enloquecedores por su aguda persistencia.  Que canten las chicharras, entonces. 

 

Y es que las lluvias, que tantas miserias nos deparan cada año, empiezan a replegarse con su anuncio y a constituirse en pequeñas nubes que pueden de un momento a otro rociar la sequedad de la tierra. No es que las lluvias sean malas, sino que nosotros las convertimos en venganza.

 

Por eso las chicharras son bienvenidas porque mitigan el azaroso fluir del agua por los pliegues de los montes y las calles, detienen el encharcamiento de los solares e impiden que se lleven cuanto encuentren a su paso. Desde mi ventana he visto caer el agua a cántaros, me he asustado con las culebrillas que iluminan el cielo encapotado y los truenos que retumban como si se fuera a reventar el mundo.  Por fortuna el parque que disfruto al frente del edificio donde habito tiene árboles de altas copas donde las chicharras se sienten a gusto.

 

cantan hasta reventarse o cantan de manera estridente para hacer el amor en medio de las hojas. Alguna vez entró una por mi ventana y, en efecto, cuando quise rescatarla, estaba muerta. A lo mejor ya había tenido la dicha de procrearse y de amar el calor y los días soleados.

 

Recuerdo que la primera vez que las sentí fue tan grande mi emoción, tal vez por la remembranza de mis años juveniles cuando las escuchaba en mi pueblo, que le comuniqué mi emoción al portero del edificio y su respuesta me dejó aterrado: ¡Qué chicharras ni qué ocho cuartos, me tienen mamado con su bochinche!

 

¿Por qué perdemos en la cotidianidad la capacidad de recibir la belleza de las cosas simples? Bienvenido el verano y el coro de las chicharras, que nos recuerda que en la vida es muy importante el goce compartido de aquellas cosas que no dejan memoria.

 

Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ

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