¿Cómo educar a los hijos con virtudes y en valores para que tengan una vida sana y sean respetados?
Los niños aprenden con el ejemplo que les dan sus mayores: si éstos no tienen paciencia, hacen alarde, se envanecen, buscan sus propios intereses, se irritan ¿qué creen que el niño va a aprender? La responsabilidad de los mayores en la transmisión de virtudes y valores a los hijos es un indicador de la condición humana, y es concluyente. A través de este espacio de abstracción, quiero resaltar la relevancia de las virtudes y los valores en la familia, porque la sociedad de dinámicas aceleradas como la actual está afectando el equilibrio sobre el que se sostienen las relaciones de pareja: un ejemplo visible es el acceso continuo de las mujeres a la educación competitiva y su progresiva incorporación al trabajo remunerado. Este cambio de roles ha venido generando crisis que descompensa la formación integral de los hijos, y han dejado en evidencia que los ámbitos que fueron claramente diferenciados están confundidos, y que a pesar de que los padres hacen múltiples acuerdos para compartir tiempos, la incomunicación, el aislamiento y los reclamos son excesivos.
¿Qué hacer entonces?
Es preciso recrear la construcción de un espacio real, fáctico, que incorpore los cambios sociales pero que a la vez no pierda de vista la dimensión humana, espiritual y sublime de la familia; donde la madre y el padre revisen su lugar, la percepción que tiene del otro y sus relaciones entre sí, y la toma de conciencia de ser mujer y madre u hombre y padre a la vez. José Luis Martín Descalzo nos legó un modelo de familia y sobre su entorno familiar escribió: “…derrochábamos bondad y buen humor - comíamos amor cada mañana y con él rebanadas de alma…”. ¡Tiene toda la razón! La familia debe ser ese espacio de amor entre padres e hijos, por ende de compenetración, identidad, comunicación, esfuerzo compartido, respaldo y contención. Debe ser un propósito entonces llegar a ese nivel de entendimiento, y para ello hay que redefinir actitudes personales, romper ataduras del pasado, aprender a perdonar y a perdonarse a sí mismos. Esta es la forma de no estar intimidado para afrontar el futuro, para que cuando se esté al frente de nuevas oportunidades el miedo no paralice, consuma o enferme por no tenerse el valor de toma con decisión las riendas del presente para poder forjar futuro. Es este valor que debe rescatarse y dejar como ejemplo a los hijos, porque las actitudes y acciones son las que forjan opinión. La actitud de vida es la que funde raíces para erigir familias fuertes y sólidas. Este es el verdadero potencial de riqueza.
Representante a la Cámara
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