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Este fin de semana, invitado por su director Juan Manuel Galán, asistí virtualmente en Cartagena al congreso de ese partido que, si juega bien sus cartas, podría recomponer el mapa político del país.
Por el bien de la democracia, la salida ante la evidente crisis de los partidos no es acabar con ellos, por el contrario, hay que reestructurarlos, modernizarlos, depurarlos y ponerlos a tono con la Colombia de hoy. Se necesitan organizaciones con ideologías, programas y estructuras y no meras entelequias que apenas sirven para expedir avales.
Luis Carlos Galán fue un disidente dentro del oficialismo liberal cuando éste ya se había convertido en lo que Carlos Lleras Restrepo llamó “el buey cansado”. Se propuso cambiar el liberalismo por dentro sin montarse en la cresta fácil de la anti política o el populismo como lo había hecho López Michelsen con el Movimiento Revolucionario Liberal con su programa de salud, educación, techo y trabajo; sacudió las estructuras del liberalismo y lo acercó a intelectuales y campesinos.
Galán logró que jóvenes desencantados volvieran a creer en el liberalismo; le inyectó ideas y sangre nueva; se reincorporó al partido en la convención de 1988 en Cartagena aportando su programa de cambio, su visión moderna del país, la necesidad de la democracia interna para combatir el bolígrafo mediante el mecanismo de las consultas al interior del partido que, por cierto, se han desnaturalizado.
Muy seguramente iba a ser el presidente en el 90 ya como candidato único del liberalismo, si no se le hubieran atravesado las mafias del narcotráfico a las que combatió con valentía y las que querían, entre otras cosas, que se prohibiera la extradición de nacionales.
Ahora más que nunca está vigente su tesis de la necesidad de “cambiar la forma de hacer política”. Eso significaba y significa que el ciudadano sea realmente libre al momento de votar para lo cual se requiere sacudir la estructura económica de la nación para que una amplia capa de clase media sea el soporte de la democracia como pasa en EEUU, Francia, Alemania o Chile en nuestra América Latina. Pero también significa que la relación entre el ejecutivo y el legislativo, no esté condicionada por el intercambio de favores fuente del cohecho político y de la corrupción. Basta mirar las revelaciones del fin de semana de Caracol Televisión para ver la magnitud de la perversa manera de “relacionarse” el ejecutivo con el legislativo.
Fue tan visionario Galán que James Robinson, el premio Nobel de economía, tan conocedor de Colombia, en su entrevista en la revista Semana, hace la asociación entre desarrollo económico y la política y dice expresamente que: “peor aún sigue existiendo la misma vieja política, clientelista y corrupta ...”.
El partido se puede recomponer con miembros de otras organizaciones que estén hastiados con lo que en ellas está pasando. Tiene la titánica misión de convencer a los jóvenes para que no abandonen la política, sino que la mejoren. Eso sí, con los cuidados necesarios para evitar que por “pragmatismo” permita la entrada de los mismos vicios que se critican.
La política social del Nuevo Liberalismo puede ser la de la social democracia sin temerle a las tesis de izquierda que pregonan la redistribución del ingreso para hacer de Colombia lo que Lleras Restrepo llamaba “sociedad crecientemente igualitaria”. Las causas sociales no son exclusivas de las organizaciones subversivas ni la necesidad de controlar el territorio y garantizar la seguridad lo son de la ultraderecha.
El Nuevo liberalismo tiene entonces una oportunidad histórica para contribuir al cambio de las costumbres políticas. Como lo decía Carlos Fernando Galán antes de ser alcalde, el partido tiene que abrirse, organizarse y encauzar las nuevas fuerzas. Este pensamiento lo comparte su ahora director Juan Manuel como se deduce tanto de su intervención en el Congreso como de su entrevista en “El Tiempo”. Puede volver a ser, con visión de futuro y amplitud, una nueva esperanza para Colombia.
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