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El desespero, notable en la campaña del tres veces candidato que no está dispuesto a ver cómo el poder se diluye de nuevo entre sus dedos ha llevado a su mesiánica militancia a emplear toda la artillería para conquistar incluso a la fuerza el favor popular de los indecisos.
A las confesas y al menos éticamente cuestionables formas de hacer política puestas en evidencia en los llamados “petrovideos” se sumó más tarde la propia hija del candidato quien queriendo persuadir a través del discurso del miedo, insinuó que si su padre no es elegido presidente el domingo, el país viviría otro estallido social como el del 2021.
Más allá de las aclaraciones que oscurecen, las malas interpretaciones, las frases sacadas de contexto que metieron al ring de la contienda hasta la divinidad de la virgen María, y cuando se creía todo estaba visto en este frenesí por la banda presidencial, aparecen los jueces de la república, los únicos que hasta ahora parecían haberse mantenido dentro del equilibrio de poderes, la última trinchera de la sensatez, participando en política, ordenando un debate apresurado para satisfacer las demandas de leguleyos afines al petrismo.
Un evidente prevaricato que otros llaman triunfo para la democracia, pero que lesiona principios elementales como la libre expresión y el derecho mismo a guardar silencio, garantía constitucional que le asiste incluso a los peores criminales. Ahora aparece un empoderado Gustavo Petro, diciendo estar listo para dar el debate, el mismo que semanas atrás, a días de la primera vuelta, rehuía a la confrontación de ideas y propuestas en la escena pública.
Y en medio de ese maremágnum, de ese huracán escala cinco en el que se convirtió la campaña, ningún líder se compromete a enviar mensajes tranquilizadores a una ciudadanía desconcertada, desesperanzada, defraudada, hastiada de política que como mínimo espera respeto por la decisión de las mayorías.
Tímidamente se llama a la calma, al mismo tiempo que se anticipa la posibilidad de fraude, y se quebranta la confianza frente a las instituciones.
Hoy somos los colombianos, los electores, quienes reclamamos parar el desaforo y demostrar cordura frente a los principios de la democracia.
Déjennos elegir libres de presiones, sin coaccionarnos, sin traspasar los límites de la intimidad, sin miedos, sin empujarnos a la pusilanimidad, sin pretender hacernos parecer intelectualmente menos por manifestar nuestra simpatía hacia uno u otro, sin llamarnos tibios cuando preferimos no entrar en el juego de la dualidad.
¡Ya está bueno! Permitan que sea la consciencia de cada colombiano el único juez de su decisión en las urnas, confíen en la voluntad popular y especialmente respétenla sin condiciones, sin excepciones, sin pintarnos Apocalipsis o suicidios colectivos para cumplir los caprichos o deseos sociópatas de quienes se aferran al poder escudados en el anhelo de cambio.
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