Todos debían asistir al festejo y aportar la cuota económica respectiva. A nadie removían de su puesto, sin importar si era buen o mal trabajador, sin permiso del Jefe. Figurar en la agenda del Jefe era existir, lo que permitía aspirar a cargos, a contratos o a obras para sus barrios, veredas, municipios o familiares. Esto se ha ido reduciendo sin desaparecer.
Lo que sí ha crecido es el desprestigio y la desconfianza en las instituciones políticas. La credibilidad de los ciudadanos en los concejos, asambleas y el congreso cada día es menor. Esto no quiere decir que los concejales, los diputados y congresistas, por sí mismos sean deshonestos o malos funcionarios, sin embargo, la ciudadanía cada vez cree menos en esas instituciones. Si los ciudadanos pierden la confianza en quienes son sus representantes, la democracia entra en crisis porque son estos los que deben mediar ante el Estado y sus entes para tratar de solucionar los problemas de la comunidad. Además a estos delegados, con mucha frecuencia el Estado no les pone el cuidado que merecen. La ciudadanía va quedando sin voceros y expuesta únicamente a que la buena voluntad de los mandatarios acogiese sus peticiones.
Pero la dinámica social no se detiene. Toma nuevas formas y expresiones. Hoy en día los ciudadanos han entendido, ante la abulia y paquidermia de los gobiernos para contestar sus demandas más sentidas, que si no se convierten en un verdadero problema no les ponen cuidado. En otras palabras, la gente cansada de ser engañada, de escuchar promesas que no se cumplen y de esperar con paciencia, se ha visto obligada a convertirse en problema para que la escuchen y obtener resultados.
Todos los días vemos como cada sector social se toma y tapona las vías para protestar por el abandono secular de los gobiernos. Las vías de hecho se han convertido en la única salida para que los ciudadanos obtengan respuesta a sus urgentes peticiones. Si taponan la vía la respuesta es lenta. Pero si hay orden público, heridos y, de pronto muertos, los funcionarios de alto nivel y el gobierno mismo, corren a buscar soluciones. Como si la sangre y las lágrimas fueran la nueva moneda que exige el sistema para solucionar conflictos.
Ya la gente aprendió que no necesita representantes. Que ella sola se puede representar y que si se moviliza con decisión, puede obtener lo que necesita.
Sin embargo, estas movilizaciones de inconformes aún son muy espontáneas, los niveles de organización son precarios y esto abre las puertas para la manipulación y el aprovechamiento para fines distintos a los iniciales.
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