La crisis de la salud y la crisis de la clínica

Existió en Inglaterra un movimiento obrero convencido de que las máquinas de la industria eran la causa de sus bajos salarios, desempleo y miseria. Su odio se orientó a destruir las máquinas. Se autodenominaron ludistas.

A principios del siglo XXI se ha organizado un movimiento que se opone a la inteligencia artificial y a todo avance de la ciencia que se apoye en la tecnología de la información y la comunicación. Son los neoludistas.

Antes de los maravillosos avances de las imágenes diagnósticas, la robótica y la nanotecnología, la medicina acumuló un detallado conocimiento de las enfermedades expresado en signos y síntomas, que debidamente sistematizado, permitía el diagnóstico en los pacientes. De forma genérica se le llamó la clínica. Un médico, por ejemplo, examinaba los pulmones del enfermo, analizaba los diferentes ruidos y silencios producidos al respirar y podía decir, con alto grado de certeza, que tipo de enfermedad padecía. Para constatarlo, solicitaba después una radiografía u otros exámenes de laboratorio.

El galeno se preocupaba por examinar de manera minuciosa a su paciente. Escuchar con atención, revisar al detalle su piel, sus pulsos, su abdomen, todo su cuerpo. Con la herramienta de la clínica, el médico hacía diagnósticos precisos y ordenaba los tratamientos adecuados. Por citar un caso, por la clínica los neurólogos eran capaces de precisar el sitio y tamaño de la lesión de su paciente con un tumor en la cabeza o con un derrame cerebral.

Hoy la ciencia aporta ayudas impresionantes. La resonancia magnética nuclear, gammagrafías, TAC, potenciales evocados, ecografías, endoscopias, monitores cardiacos y fetales, entre otras maravillas que facilitan a los médicos realizar diagnósticos más finos y acertados y tratamientos eficientes y menos dañinos.

Sin embargo, la tecnología esto no puede ser excusa para que se abandone la clínica como está ocurriendo ahora. Si se pierde, el médico queda convertido en un simple dependiente de las máquinas, reduce la calidad de atención y si un día no hay servicio de luz, queda como sin conocimiento, reducido a su mínima expresión. No estoy en contra de las máquinas ni de la tecnología. De ninguna manera soy neoludista.

Me preocupa lo que está pasando con los nuevos médicos que saben poca clínica pero anhelan saber mucho de aparatos. Me opongo a que en las facultades de medicina la enseñanza de la clínica cada día sea más precaria o responsabilizada a personas poco doctas. En una ocasión se le pidió al médico de cabecera del Dalai Lama, que ayudara con su conocimiento a descifrar el padecimiento de un enfermo de difícil diagnóstico. Durante más de dos horas examinó al paciente y casi media hora más estuvo arrodillado tomándole el pulso. Luego dio su opinión. Un refinado diagnóstico que sólo semanas más tarde, con sofisticados exámenes y aparatos, se pudo comprobar.

Credito
AGUSTÍN ANGARITA LEZAMA

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