Política, lealtad y desarrollo

Con frecuencia escuchamos hablar de la lealtad. Sin embargo, no existe un consenso en la manera de entenderla. Los mismos filósofos no se han puesto de acuerdo en el asunto. Para poder acercarnos al tema podemos decir que hoy coexiste una visión feudal, con una expresión moderna.

La concepción tradicional de la lealtad es la adhesión a un soberano, a un gobierno. Es la devoción personal a un gobernante y a su familia. Una adscripción a una persona o a una causa. Esta es la forma tradicional como algunos jefes políticos asumen a sus correligionarios. Creen que son cosas u objetos de su propiedad. Se les escucha decir: mis votantes, mi cauda, mis líderes, mis funcionarios. Exigen que se cumplan sus lineamientos, deseos y caprichos al pie de la letra. Les encanta tener a su lado, no a compañeros sino casi a lacayos, personas incondicionales que estén dispuestas a sacrificar su dignidad, si es necesario, para obtener la bendición y canonjías del jefe. Deben obedecer a raja tabla, sin musitar palabra ni contradecir.

La lealtad moderna es otra cosa. Según Royce, es una virtud que se constituye en el centro de nuestros deberes. Es ser fiel al compromiso activo de defender lo que se cree y a quien se le cree, no importa si las circunstancias sean buenas o malas. Esta lealtad debe ser libre, sin coerción, reflexiva, práctica, con un compromiso pleno por una causa. Es una lealtad fundamentada en el respeto tanto del jefe como del subalterno. Está relacionada íntimamente con la responsabilidad, la prudencia, la perseverancia, la dignidad, la justicia y la verdad. Una lealtad entendida así es la llave que solidifica las relaciones humanas y consolida la confianza mutua.

La lealtad feudal no genera respetos, lo que incuba son mojigaterías e hipocresías. Es por eso que muchos jefes, exigiendo esta lealtad, resultan débiles ante la adulación y presa fácil de alabanzas mendaces. Como el jefe quiere una adscripción casi perruna, le encanta que al chasquear sus dedos, sus súbditos muevan la cola, salten agradecidos y les brillen los ojos significando mansedumbre y obediencia plena. Para una comunidad, esto debe ser un sinónimo de atraso y una real talanquera para el progreso.

Las sociedades modernas necesitan ciudadanos diferentes a los de las costumbres feudales. Exigen personas críticas, creativas, con iniciativa y carácter no simplemente obedientes y mansos. Los jefes urgen a su lado ciudadanos comprometidos, dedicados, rigurosos, con el valor civil de hacer ver los errores con decencia y reconocer los propios. Para que una sociedad progrese y se encamine por los senderos del desarrollo necesita ciudadanos que hagan las cosas bien, que cumplan con su deber, pero que estén atentos a cambiar, a transformarse y a transformar, a no evadir responsabilidades y a buscar soluciones conjuntas a problemas cotidianos.

Cuando vivimos los enfrentamientos entre instituciones en el país (Fiscalía contra Contraloría, las altas Cortes entre sí o con la Procuraduría) pensamos en la debilidad del estado y la necesidad de reformarlo para fortalecerlo. Lo que se necesita con urgencia y no se ve cercana, es una transformación de la clase política, empezando con la concepción de lealtad.

@agustinangarita

Credito
AGUSTÍN ANGARITA LEZAMA

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