@agustinangarita
No se es ciudadano por nacimiento, sino que nos hacemos ciudadanos en la medida de nuestras acciones, de la manera como tratamos y somos tratados por los demás. La ciudadanía requiere ser aprendida, enseñada, transmitida en el hogar, la escuela, en la calle, en el trabajo, en todos los espacios de convivencia. Son reglas de juego para vivir en comunidad que deben ser asumidas por todos los miembros de una colectividad y además, ser reafirmadas y refrendadas permanentemente. A estas normas cívicas para la convivencia se les ha denominado como cultura ciudadana.
La cultura ciudadana pretende mejorar la gestión pública y privada, ampliar y profundizar la participación ciudadana y la cultura democrática, asumir responsabilidades compartidas y generar procesos de movilización social por el bien común. Cada comunidad establece unos patrones de cultura cívica particulares, válidos sólo para ella. Estos parámetros no son estáticos y se transforman con los cambios sociales.
Para que una sociedad acepte estos cambios voluntarios de comportamientos colectivos debe existir una integración fuerte y dinámica entre las normas o leyes, la moral y la cultura. Es decir, solamente ocurren cambios culturales cuando los valores morales de los ciudadanos van en la misma dirección de la ley y estos valores son compartidos por todos en la vida diaria. En otras palabras, que el ciudadano entienda e interiorice la ley, la asuma como legítima y actúe en concordancia, tanto él como los demás ciudadanos.
En el país las leyes no son legítimas. Una vez se expiden la ciudadanía en lugar de acomodarse a ellas y comportarse en coherencia, busca inventarse como saltarse la norma, como evadirla, de ahí el decir popular: hecha la ley, hecha la trampa. Este comportamiento a corto plazo puede dar algunos frutos y ventajas. Pero para la vida en colectividad, es dañino y erosiona la confianza y a convivencia.
Es urgente el reforzamiento cultural en la ciudadanía de buenos comportamientos, de cambios de actitudes y cambios de percepción de los habitantes del municipio. Se deben mejorar las relaciones de los ciudadanos con las leyes y con las normas sociales. Estimular la capacidad de los ciudadanos para cooperar, para ser solidarios y llegar a acuerdos sobre el bien común. Además, se debe llegar a ser capaces de llamar la atención de manera amable a otros cuando incurren en comportamientos inadecuados.
Lo anterior será estéril si no se combate la arbitrariedad, se genera confianza en las instituciones y se fortalece el sentido de lo público. Así la ciudadanía podrá aprender a apropiarse de la ciudad, a usarla valorando y respetando su ordenamiento propio y a entenderla como un patrimonio común. Las autoridades no deben limitarse a expedir las normas rematándolas con un “comuníquese y cúmplase”.
Hay que ampliar este final por un “comuníquese, explíquese, compréndase y ahora sí, cúmplase”. Solo así se transforman las creencias, tradiciones y costumbres de una sociedad.
Un último aspecto. No es únicamente la coerción, la fuerza y la autoridad lo que impulsa la convivencia. El principio de solidaridad es el verdadero motor de la acción. La solidaridad como un actuar entre iguales. En Ibagué necesitamos construir entre todos cultura ciudadana para vivir mejor.
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