La oratoria es característica fundamental en la política latinoamericana. El caudillismo se ha sustentado sobre la locuacidad. Mientras más hábil sea en el uso de la palabra mucho mejor. Personajes como Fidel Castro, Gaitán, Perón o Chávez se distinguieron por su oratoria. Eso ha marcado una tendencia en el ejercicio de la política. El político tiene que hablar con una catarata de palabras, no importa si lo que dice es significativo. Velazco Ibarra decía: dadme un balcón y seré presidente del Ecuador…
La política en USA es distinta. El candidato debe demostrar conocimiento y sapiencia de los temas que plantee. Sus equipos le preparan con cuidado la información. El candidato la estudia y la aprende. Ensaya el discurso con sus énfasis, tonos y vehemencias. Entiende que su lenguaje corporal, el lenguaje no verbal o proxémica es muy importante para que sus interlocutores y escuchas no lo perciban distante, frío o no convincente. Un tema clave: lee sus discursos. No le interesa dejar rendijas abiertas para interpretaciones erróneas o malintencionadas. Su papel como político es convencer con argumentos, con seguridad, generando confianza y credibilidad.
La primera manera de hacer política se está viendo por doquier en la actual carrera electoral. Tediosos discursos que no se conectan con sus públicos. Peroratas que dicen poco, con una larga cadena de adjetivos y muy escasa sustancia. Al terminar las reuniones puede hacerse el ejercicio de preguntarles a los asistentes que resuman la propuesta del candidato y serán pocos los que respondan de manera satisfactoria. Un aburrido discurso que no les dejó lo que se pretendía. Algunos objetarán que los que van a esas reuniones están clientelizados por la politiquería y que votarán así no entiendan. De ser cierto sería un desperdicio de tiempo y perder la oportunidad de convencer a los que se asomen sin la mediación del clientelismo. Además, los sectores de opinión serán tratados de igual manera, lo que los espantará y facilitará el trabajo de grupos de oposición.
Este tipo de políticos tienen horror a leer y preparar sus discursos. Creen que eso les resta autoridad y confianza con su público. Están convencidos de que leer un texto en una reunión política dará la sensación de desconocimiento o que otros piensan por ellos… Barack Obama lee todos sus discursos. Así han actuado todos los presidentes de la era moderna. Les preparan sus discursos y se los aprenden. Luego al exponerlos el texto es una guía. Nadie duda de la capacidad y preparación del Presidente de los Estados Unidos por leer un discurso.
Este estilo hablantinoso se presta para ejercer la demagogia, que ha desprestigiado la política reduciéndola a promesas de dudoso cumplimiento, a mentiras acomodadas para parecer verdades, a engaños, truculencias y altisonancias. La política debe servir para comunicar, para que esa acción permita el entendimiento, el cotejar e intercambiar saberes y construir convivencia.
Si la política se reduce a un instrumento para utilizar a las personas, para manipular y mentir, se la convierte en algo vil, rastrero, de poco brillo y generadora de desconfianza. Así no es.
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