Las imágenes que nos llegan por estos días de Brasil, son el espejo a través del cual podemos apreciar la fórmula perfecta del desastre ambiental. Una sequía que ha elevado las temperaturas en la selva amazónica y que parece se extenderá por cuatro meses más, la tala indiscriminada de bosques por atender las pretensiones de empresarios de las maderas, la incursión de la ganadería, la progresiva deforestación, la instalación de agroindustrias y la desaforada minería son aspectos que con contundencia están acabando con el denominado pulmón del mundo, que por cierto provee el 20 por ciento del oxígeno de todo el planeta.
Sin embargo, el ingrediente más negativo es la política anti-ambiental instaurada por el presidente de ultraderecha Jair Bolsonaro, quien además de atacar a las ONG que velan por proteger la Amazonía, ha desestimado informes científicos internacionales y relevado de su cargo a altos funcionarios que pretenden defender el principal activo natural con el que cuenta la humanidad.
Razones le sobran a Alemania y Noruega, países que hacen millonarios aportes al ‘Fondo Amazonia’, para encender las alarmas alrededor de semejante devastación, con un gobierno insensato y proclive a la explotación descontrolada de los recursos naturales.
Sería interesante que la ONU y la Comunidad Económica Europea se pronuncien sobre el desastre que por estos días ocupa la atención mundial. El Vaticano, en su próximo ‘Sínodo de la Amazonía’ a realizarse en Roma, bien tendría a cargo del Papa Francisco un pronunciamiento concreto en cuanto a esta coyuntura, teniendo en cuenta precisamente que Brasil es el país con más católicos en el mundo y que su influencia es indiscutible en la potencia sudamericana.
La presión diplomática es urgente, pues buena parte del equilibrio climático depende de lo que suceda en las selvas amazónicas, que por ciento incluye a Colombia, Venezuela, Perú, Bolivia y Ecuador, entre otros. Se trata del bosque tropical más grande con siete millones de kilómetros cuadrados, que desde la década de los años 70 ha perdido el 20 por ciento de su cobertura selvática, lo que representa una enorme afectación en su biodiversidad.
Las cifras reportadas por el Instituto de Investigaciones Espaciales, Inpe, las fotos satelitales de la Nasa, los diagnósticos de las ONG y los reportes de los medios de comunicación son demoledores. En lo corrido del año se han registrado más de 74 mil focos de incendios, con un incremento del 83 por ciento respecto al año anterior, y desde que el presidente Bolsonaro asumió el cargo se estima que se han sacrificado 3.000 kilómetros cuadrados de selva. Además, la reserva vital de carbono actúa menos sobre el calentamiento global y el bioma amazónico presenta graves daños que aún son reversibles si se detiene este crimen ambiental.
No obstante, lo que ocurre en Brasil nos debe servir de muestra y llevar al presidente Iván Duque a tomar medidas y mayores compromisos ambientales en torno a la protección de las reservas naturales andinas y también con la Amazonía colombiana. La defensa del agua debe considerarse como una política de Estado que contemple la fiscalización de las aéreas protegidas, el licenciamiento ambiental responsable por parte de las autoridades ambientales y la Anla. Asimismo, la expedición de las autorizaciones y certificados de exploración y explotación por parte de la Agencia Nacional de Minería deben ser más consecuentes y conscientes con el cambio climático.
Ciertamente la realidad ambiental colombiana es lamentable. En 2018, el país estuvo entre las cinco naciones con mayor deforestación, siendo superada por Brasil, Indonesia, República Democrática del Congo y Bolivia. Según el Instituto de Recursos Ambientales (WRI, por su siglas en inglés), en 2016 fueron deforestadas 178 mil hectáreas y en 2017 la cifra llegó a 220 mil hectáreas, siendo los más perjudicados los departamentos del Meta, Guaviare y Caquetá, precisamente zona de influencia de la Amazonía colombiana.
Que sea la terrible crisis ambiental de la selva de Brasil y las erradas decisiones del gobierno de Bolsonaro los errores que no podemos replicar jamás en Colombia, aquí ya tenemos problemas muy serios que afrontar para contrarrestar el cambio climático y proteger nuestros recursos naturales.
Senador
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