El papa Francisco calificó en su momento el cambio climático como el desafío de la civilización humana, en tanto que la ciencia ha alertado ampliamente por las consecuencias que podría tener para la supervivencia del género humano el calentamiento global. Sin embargo, potencias como Estados Unidos, China e India siguen haciendo caso omiso a la reducción de emisiones de carbono y por ahora no se avizora cambios legislativos sustanciales en sus esquemas de producción ni aportes para mitigar la contaminación ambiental.
Sin duda, y después de la Cumbre del Cambio Climático de la ONU, celebrada esta semana en New York, el mundo pudo observar el enfrentamiento de dos visiones globales del desarrollo. Efectivamente, el hombre está frente al gran paradigma que definiría las relaciones políticas y económicas de las próximas décadas y siglos. De un lado, están los inmensos poderes de la industria petrolera que financia presidentes y pone ministros, el consumo desaforado de la sociedad y las actividades que explotan ferozmente la naturaleza, y del otro, un nuevo concepto de defensa a ultranza de los recursos naturales.
Lo que resulta irónico, pero al mismo tiempo fascinante, es que mientras la racionalidad científica, los estados, gobiernos y las empresas no han podido ponerse de acuerdo para reducir esta amenaza sobre el planeta, una joven sueca de 16 años, Greta Thunberg, con una franqueza y valentía admirable, sea quien se constituya hoy como el ícono de la defensa del medio ambiente global.
Sus cuestionamientos, desprovistos de la arrogancia y los intereses del poder, ingenuos para muchos, patéticos para otros, son emocionalmente sinceros, lógicos y hay que decirlo, reales y ajustados a la realidad y el futuro de nuestro planeta.
Greta es la primera adolescente que se atrevió a declarar una huelga escolar por el cambio climático que sumó más de 1.6 millones de escolares de 100 países en 2018. Protegida seguramente por organizaciones ambientales, llegó hasta la ONU para argumentar, con razón, que los derechos de todos los niños del mundo están amenazados por la inacción climática de los gobiernos. En otras palabras, un mayor desajuste del planeta en términos ambientales y aumento progresivo de la temperatura alteraría los regímenes de la producción alimentaria (escasez de alimentos), habría más desastres ambientales, menos agua potable, más epidemias y la supervivencia de las nuevas generaciones se tornaría caótica. Lo que se está planteando es un escenario perfectamente posible a finales del siglo XXI y el reclamo de Greta, símbolo del nuevo paradigma ambiental, está justificado cuando exige a esta generación una respuesta a la pregunta: ¿Cómo se atreven? De igual manera, y no es para hacer fiestas, la Cumbre Climática, digamos, tuvo avances positivos. Sorpresivamente, Rusia, indiferente con estos temas, se suscribió a las acciones climáticas y un conjunto de 77 países se comprometieron en alcanzar la neutralidad del carbono para 2050. La ONU pidió triplicar los esfuerzos de los países miembros para llegar a un 45% en 2030.
Por su parte, las potencias europeas, criticadas por su reticencia a la hora de actuar contra el cambio climático, esta vez fortalecieron el fondo para proteger las selvas tropicales. Alemania pondrá 250 millones de dólares, Francia 100 millones y la UE 190 millones adicionales. Adicionalmente, un tercio de la banca mundial se alineó con el Acuerdo de París y los objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas.
No obstante, el absurdo de la jornada estuvo a cargo del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, que señaló que la Amazonía no es un patrimonio de la humanidad y calificó la crisis política sufrida en su gobierno como producto de una ‘psicosis ambiental’, después de que el mundo entero observó los incendios y su lentitud para actuar en beneficio de salvar estos ecosistemas selváticos.
Por ahora, el silencio de Estados Unidos, China e India, las principales potencias económicas de occidente y oriente, sigue siendo aterrador y preocupante para el futuro de la humanidad. La esperanza está cifrada en que el cambio de paradigma, orientado a una economía sustentada y responsable con la defensa y protección del medio ambiente, siga avanzando mientras haya más consciencia en los seres humanos y más personalidades como Thunberg. La batalla para detener el cambio climático apenas comienza.
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