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—Yo lo distinguía —me dice—, aunque no era amigo mío.
Me esboza su relación con él y me ratifica su condición de pensionado. A juzgar por su descripción, imagino un señor amable, aseado y bien vestido, debajo del copo blanco que coronaba su cabeza. Camisa blanca y pantalón oscuro. Al parecer le había dado un infarto y yacía inerte ante la mirada atónita de los curiosos. De improviso, un desocupado se le acercó y le murmuró al oído:
—¡Mi Dios no castiga con palo ni con rejo! Ese viejo tacaño ya no aportaba nada al progreso de la ciudad.
Y otro curioso, que al parecer había escuchado su diatriba, le complementó:
—¡Ojalá desaparezcan a esos viejos inútiles!
Agradezco al portero su relato y, abatido, me dirijo al parque. Intento realizar mi caminata para después hacer un poco de ejercicio. No lo consigo. Decido regresar al apartamento. Con la imagen del pensionado muerto, recuerdo que hace unos años, la entonces directora del FMI, Christine Lagarde, expresó en un documento técnico: “los ancianos viven demasiado y esto es un riesgo para la economía mundial. Hay que hacer algo y ya”. Activo mi celular y me estremecen las noticias sobre avance del Covid-19 en el mundo: “Italia dejará morir a los mayores de setenta años porque su sistema de salud está colapsado y necesitan hacer espacio para los que tengan más posibilidades de vivir”. ¿Estoy en una pesadilla? Me estremezco. Más deprimido aún, combino el relato y la sentencia económica con la noticia y vislumbro que se ha dado inicio a una campaña de exterminio que nunca tendrá fin.
Abrumado por estos tiempos de pandemia, recluido en mi apartamento, porque los adultos mayores no debemos salir a la calle por orden del gobierno, y dudando de si mis provisiones serán suficientes para no morirme de hambre, o en si me pagarán la pensión como hasta ahora o también habrá retardos, pienso que me he convertido en un viejo inútil, rodeado de libros, pinturas y un sutil olor a muerto…
Lo anterior es una ficción. Pero no sobra advertir que en la realidad deben cuidarse los que pasen de cincuenta. En Colombia, donde no dan trabajo a mayores de cuarenta años, nos han vuelto viejos antes de tiempo. Según expertos, la experiencia, con sus conocimientos, está a salvo en un servidor. Nosotros ya no contamos para nada.
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