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Y lo proclamo por mi paso por la Anexa a la Normal Superior de Varones de Pitalito, cinco años maravillosos que no se empañan por los sinsabores y peleas que, como parte de nuestra formación, se presentaron cuando aún nos creíamos dueños del mundo.
El mundo de los otros era demasiado limitado y mezquino para pararle bolas.
Y el universo era tan pequeño para nuestras ambiciones, que peleábamos a puñetazos por esa ilusión de ser únicos. Etapa en que aún no son claras las divisiones sociales y se comparten sin malicia los espacios del patio de recreo y los salones.
Entonces surgen los rostros de nuestros maestros, inolvidables porque supieron tatuar en nuestro corazón sus consejos y enseñanzas.
Aquí, en el altar de mis remembranzas, está mi profesora de Primero de primaria, Diva Baquero, para algunos adusta, para mí la imagen de la bondad. Suavizó la frustración que hubiéramos tenido con mi hermano por la actitud del director de la Anexa, Octavio Durán, que el primer día nos tomó de espectáculo frente a la comunidad estudiantil. No soportó que tuviéramos el cabello largo y nos ridiculizó delante de nuestros futuros compañeros.
Mi profesor Edilberto Quintero, de Tercero, músico y bohemio, estricto con la disciplina y el cumplimiento de las tareas.
Isaías Rojas, director de Quinto, severo y místico. En una ocasión, al iniciar el día, cuando hacíamos fila en el patio, me descubrió hablando y me tomó de la oreja tan fuerte, que comencé a sangrar porque me desprendió el lóbulo derecho. En la Normal fue nuestro profesor de Religión. Y nos llevaba a misa.
De la pléyade de profesores en la Normal sólo cuatro vuelven a mi mente porque me estimularon la lectura, el amor al libro y a la creación. Los demás me enseñaron muchas cosas que, en verdad, no me sirvieron para el éxito que yo ambicionaba conseguir.
Teófilo Carvajal Polanía, mi amado profesor de literatura. Lo pondero porque, tal como mi padre, estimuló mi imaginación e hizo tangible parte de mis sueños.
Eduardo Unda Lozada, amante de la historia. Tuve el honor de dirigir, años después, la publicación de su libro sobre los héroes huilenses de la Independencia.
Pablo Esteban Portilla, profesor de inglés, su pronunciación no era la mejor, su conocimiento del idioma escaso, pero se esforzaba por llevarnos ejercicios y vocabulario útiles para la vida.
Y José Ignacio Olave, compositor y director musical, canté en su agrupación “Alma de Huila”.
Sea esta corta remembranza mi homenaje a los maestros de Colombia, indispensables para el progreso del país.
Sin ellos la vida no tendría ningún sentido.
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