Los años del terror

Benhur Sánchez Suárez

A lo largo de mi breve vida (setenta años, con el rostro de la angustia pisándome los talones) no he sentido la sensación de esa paz que tanto hablan.
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Es un término que, de tanto manosearlo, ya ha perdido todo sentido para mí.

Por el contrario, desde niño me ha agobiado la sensación de peligro e inestabilidad, de no saber si cualquier acción de mi parte pueda ser malinterpretada y se vuelva contra mí o quienes me rodean.

Aún me parece vivir la huida del pueblo en mi infancia, cuando a Serafín lo persiguieron por liberal y amenazaron con matarnos a machete. Aquella vez, borrosa en mis recuerdos pero nítida en las palabras de Laura, que siempre trató de mantener vigente nuestra pequeña historia, tuvimos que huir del pueblo rumbo a Timaná. Ahí permanecimos después de eludir la sombra del desastre. Pero tuvimos que huir también y por la misma razón. El día en que una horda de fanáticos enceguecidos por el odio se alistaba para desaparecernos, volvimos a empacar las pocas cosas que poseíamos y retornamos a esas tierras que para Serafín eran lo más suyo: el Valle de Laboyos.

Después, para matar el hechizo del terror, buscamos horizontes más propicios. Mi hermano y yo, ya con el título de Normalistas, viajamos a Bogotá. Con él bajo el brazo pudimos ensayar una nueva vida. Habíamos huido de nuevo, ya no del machete asesino de contradictores políticos intolerables, sino del atraso y la ignorancia que, con seguridad, nos hubiera atado al conformismo de una derrota moral.

Esa historia pensaba que ya se había sepultado, porque habíamos salido de la provincia y estábamos en Bogotá. Sin embargo, aquella pequeña urbe de antaño también tenía sus angustias cotidianas, traducidas en la inseguridad, la falta de solidaridad entre tantos desplazados por la violencia, el éxodo campesino a realidades extrañas, con un proceso de adaptación muchas veces traumático. Algunos se adaptaron y tuvieron oportunidades, otros tomaron el camino inevitable de la venganza. Nosotros triunfamos.

Ahora, cuando pensaba que aquellos años de terror habían quedado sepultados, me veo confinado por una pandemia, que cayó sobre la humanidad como un castigo, con la consecuencia grave del temor a todo, incluso a compartir con nuestros semejantes por miedo al contagio y a la muerte.

Y al terror de ver el baño de sangre que se desliza por la piel de la patria sin poder moverme. Atrapado en las cuatro paredes de mi hogar, se me dificulta pensar y dejar fluir mi mejor habilidad para derrotar el miedo.

Me paraliza el terror a salir porque en la calle está el virus o el delincuente y mi vida corre el mismo peligro que corrimos cuando los machetes se blandían frente a nuestra puerta.

BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ

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