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Alguno les aqueja la indiferencia de premiar o castigar a los bandidos cada cuatro años, de esos que prometen cambiar las cosas: en su momento caminan las calles y juegan con la necesidad del habitante de abajo, aquel que se disputa la esperanza entre recibir el mercado, el tamal y bulto de cemento o hacerle burla a la estupidez del politiquero.
La historia de los de arriba, nos ha mostrado por décadas que los cambios pensados desde los poderosos no suele ser las mejores propuestas para los de abajo, aunque las élites de derecha e izquierda en Colombia, reflejan parte de la falta de comunicación y unión por un proyecto de nación. Sin embargo, qué se puede esperar de una izquierda que carece de una práctica ética al momento de unirse como sociedad, y una derecha que sólo piensa y actúa hacia dentro, dejando a un lado las causas justas, necesarias y sinceras que requiere la gente.
Pero que se puede esperar, si la política colombiana ha sido hecha para cumplir con los intereses personales de esos grupos mafiosos, privados y mercachifles de la misma, dichos sectores que han permeado: la cultura, necesidad y pensamiento de promover las causas personales para enriquecerse, pasando por encima de la vocación de servicio en todo momento y circunstancia de la vida. Aunque, hacer política, pareciera una carrera entre la ambición por el poder mafioso, corrupto y politiquero, y conseguir llenarse los bolsillos a costa de la miseria del otro, es decir, se convierten en los vividores de nuestros tiempos.
Contemplamos con angustia el cambio climático y la irreconciliable relación entre la humanidad y la naturaleza, aunque algunos niegan dicha situación. Lo mismo sucede en Colombia, cuando ponemos en duda la existencia del conflicto armado, la incapacidad de los gobernantes y el poder de influencia de las mafias que tanto daño le hacen a nuestra cultura política cotidiana. Nos sorteamos entre el clamor de paz o el llamado a la violencia, y es ahí cuando el desprecio por las causas justas y nobles chocan con los intereses estúpidos y personales de algunos cuantos de la política nacional, la sociedad ya no requiere situarse entre el uribismo o el petrismo, nos han demostrado que su forma de liderazgo está basada en la división profunda y no en una cultura de la paz, la reconciliación y la superación del pasado para avanzar hacia el presente.
Todavía nos cuesta entender que la indiferencia ante nuestros males, no significa darle la espalda a la realidad y las situaciones cotidianas, sino ponerle el pecho a los embates que nos une como colectivo, comunidad o sociedad, significa la capacidad de dialogar y buscar caminos desde nuestra propia condición, es decir, superar el imaginario del chisme sin fundamentación, la difamación, el rencor, el personalismo y lograr motivar el consenso en medio del respeto hacia el otro desde su propia naturaleza. Tal vez, podríamos entender que nos une más la paz como una necesidad nuestra, que la guerra como un negocio de otros.
Ñapa: La improvisación del gobierno del “presidente” Duque, al enviar una tropa de colombianos bajo al discurso de la “ayuda humanitaria” a Wuhan – China no es una paranoia del momento, tal vez él no logra dimensionar la problemática en su complejidad, ojalá no resulte que la epidemia del Coronavirus se riegue por todo el país, imagínense los primeros contagiados en Buenaventura o la Guajira, sin dejar a un lado, el colapso del virus en nuestro precario, indolente e inhumano sistema de salud pública.
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