No deja de impactarme ver en las cantinas y bares de la ciudad a cantidad de varones desmadejados sobre las mesas, aunque me impacta mucho más cuando es el 24 de diciembre en horas del mediodía y de la tarde.
La verdad no sé hasta qué punto es una expresión cultural en la que se asocia al “Niño Dios” con licor, o si es este en realidad el reflejo de un vacío tremendo de la persona que busca llenarlo a punta de guaro ahogando alguna “pena”.
Sé que en algunos ambientes ya es común que esto suceda; de hecho, hay contextos donde al licor le suman condimentos psicoactivos y mucho volumen a la música para que la fiesta sea mayúscula y que todo el mundo se dé cuenta de que hay alegría. Conozco lugares en los que las novenas se rezan a punta de aguardiente y la rumba comienza con el primer villancico y termina en un vallenato al amanecer del 31 de diciembre.
Aunque en estas tierras son comunes las reuniones familiares acompañadas de licor, ya hemos recibido muchas lecciones, todos los años, sobre la manera en que debe consumirse, pero aún así el número de lecciones sigue creciendo.
Recuerdo el caso de un hombre que para estas fechas salía el 24 desde por la mañana y llegaba al momento de destapar los regalos, ebrio, a buscar problema y a tirarse el momento. A todos cantaba la tabla, estrujaba, daba puños a las puertas, lloraba y luego se iba a seguir bebiendo hasta que aparecía al otro día, o al otro día pedía perdón, pasaba el guayabo y repetía la rutina el 31 de diciembre.
A los vecinos nos indignaba mucho que esto ocurriera porque era una buena familia, solo que en él los tragos generaban severas consecuencias. Alguna vez tuve que salir a separarlo de su padre porque lo estaba estrujando reclamándole atención, cariño y respeto. El pobre viejo, sin saber qué hacer, permaneció callado, con vergüenza del escándalo al que se veía sometida su familia. También me ha tocado ver a otras personas que se pasman, se quedan como en pausa, idos, hasta que se van a acostar o se quedan dormidos en el sillón.
En mi familia, en cambio, las cosas siempre han sido calmadas en época de Navidad, de hecho, muy emotivas. Mi padre, por ejemplo, es un excelente conversador que sólo toma un par de copas de vino y después se levanta a declamar poesía y a hablar de la época en que mi abuelo era arriero y de cómo eran las cosas en su pueblo natal, circunstancia que romantiza mucho el momento considerando además que está la familia congregada y la conversación se torna agradabilísima.
Mi madre es un juego, es la chistosa de la casa, ella se inventa la noche, los juegos, el “veo veo”, el circuito de observación, luego la cena, la oración y las lágrimas de agradecimiento por tener a sus hijos vivos, sanos y a la familia reunida.
No se trata de no tomar licor en Navidad, sino de saber parar en el momento que es. Todos los organismos reaccionan de forma diferente al licor y si usted recuerda cómo le fue en la anterior Navidad, entonces aprenda a conocerse y “pare” o eluda la posibilidad de tomar, no se tire la Navidad.
federic.cj@gmail.com
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