Desde su nombramiento, cada uno de los pronunciamientos del Papa Francisco ha llamado mi atención, no necesariamente porque me identifique con la organización y la doctrina que representa, sino porque sus intervenciones son cargadas de mucha reflexión y poca ortodoxia.
Pero esta vez, en el marco de un acto protocolario en el Vaticano al que asistieron participantes de la XXXI edición de la Conferencia Internacional para el Control de Drogas (Idec), su interpelación fue un rechazo rotundo a la legalización de la marihuana y a los tratamientos de desintoxicación que utilizan drogas sustitutivas, pues, según él, “la droga no se derrota con la droga, porque es un mal y con el mal no puede haber cesiones o compromisos”; la verdad, sigo sin encontrar sentido a sus palabras y sorprendido con la verticalidad de su mensaje.
Estuve sentado por varios momentos frente al computador pensando en aquéllo, en todo de lo que he sido testigo en mis trabajos de campo con población vulnerable y en estado de vulnerabilidad, en donde los radicalismos no tienen ninguna utilidad, y tratando de aclarar la sensación que me quedó luego de la intervención del Sumo Pontífice.
No quiero irrespetar ninguna creencia ni mucho menos, ni tampoco quiero dar a entender que defiendo el consumo de droga o a quienes lo hacen, pero a pesar de reconocer los efectos negativos del negocio de la droga en la sociedad ya es hora de dejarla de ver –a la droga- con moralismos y con el tradicional miedo que hemos heredado justamente de la religión.
La droga, como la conocemos por los medios de información y de comunicación, en realidad es reciente para nosotros, pero en su estado natural ha participado de toda nuestra evolución como especie. Hacerle frente a la droga es reconocer primero nuestra ignorancia y también nuestra culpa como sociedad, porque hemos hecho una construcción cultural del adicto que no corresponde con lo que pregonamos de la libertad, del libre desarrollo de la personalidad y de un estado social de derecho.
En la condición de adicto no hay un ejercicio de la libertad en pleno puesto que, como producto cultural que es, queda siempre atrapado en medio de modelos autoritarios que son torpes e ingenuamente reivindicados en su proceso de formación ética por una sociedad que pregona la libertad, pero no está preparada para enseñar a usarla ni a asumir sus consecuencias. Así es que esta es una dialéctica que nos tiene marcados y en la que interactúan intereses represivos y libertarios que nos determinan. De este modo libertad y control no se complementan en la autonomía de la persona (autocontrol) sino que se enfrentan paradójicamente.
Con todo lo anterior, habrá que esperar a ver qué irá a suceder también este 26 de junio, fecha en que la Organización de las Naciones Unidas celebrará el día internacional contra el uso indebido y el tráfico ilícito de droga, un día que servirá –según ellos- para reafirmar la guerra contra las drogas y sus resultados como una muestra de la determinación y tenacidad de los Estados en la búsqueda de una sociedad internacional libre de estas sustancias. ¿Destacar, elogiar y festejar una guerra que sólo ha traído corrupción y muertos y que ha incrementado el comercio y consumo de sustancias psicoactivas? ¡Por qué esa verraca insistencia en un mundo libre de drogas! ¿Colombia territorio libre de drogas? Como si en vez de festejar la lucha contra las drogas se celebrara el día de la ignorancia y el despropósito.
China es un ejemplo de ello. Allí crecen los índices de consumo a pesar que la celebración del 26 de junio tiene como evento principal la ejecución de personas que fueron detenidas por tráfico de drogas, como muestra a la opinión pública del radicalismo de sus políticas de control.
Habrá que ver en Colombia con qué sorpresa irá a salir nuestro Presidente Santos.
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