Una pepa que devuelve la inocencia y la ingenuidad

Federico Cárdenas Jiménez

En el trabajo que he desarrollado con jóvenes que han estado involucrados en delincuencia, pandillismo y drogas, escucho relatos realmente escalofriantes; de todos, puedo decirles que hay uno que despierta todas mis alertas y temores: ellos usan unas pepas que en cierta dosis no tienen efectos secundarios aparentes y que relajan a las víctimas volviéndolas frágiles e ingenuas, así como es un abuelo cuando tiene alzheimer.

Bajo estos efectos, sus víctimas se dejan atracar y/o violar sin ninguna conciencia de lo que está sucediendo, tan sólo son protagonistas de una especie de suave ebriedad que cuando termina su efecto -generalmente es a partir de las 4 ó 6 horas-, al regresar de esa especie de limbo, no tienen más recuerdo que el momento antes de comenzar su “viaje”, así hubieran sido objeto de los más tenebrosos vejámenes.

Estas pepas, insaboras por demás, se consiguen en el mercado negro a un valor promedio de $1.400 -aunque en el momento subieron a $4.000 debido a la presión que ha estado ejerciendo la Policía sobre este negocio clandestino- y puede decirse que han reemplazado a la famosa escopolamina que, según cuentan anecdóticamente estos muchachos, deja muchos efectos secundarios y entonces se “calientan” fácilmente los que la utilizan para cometer delitos.

A quienes les daban escopolamina, luego de ultrajarlos –me contó uno de ellos- los vestían de locos y los mandaban para las ciudades grandes a que se perdieran y para que nadie los pudiera reconocer, pues un efecto adverso de esta droga, cuando se da en dosis altas, es no regresar, es quedar atrapada la persona en un viaje de ida que en las más de las veces no tiene regreso. Con las pepas no ocurre lo mismo, pues incluso el efecto puede cortarse dándole de beber leche a la víctima y hacer que regrese de ese limbo en menor tiempo.

Las historias relacionadas con violaciones sí que son escalofriantes: niñas que son utilizadas para obtener placer sin usar con ellas la fuerza a partir de la ingestión de estas pepas en forma pulverizada, a través de un trago de gaseosa, en un tinto o en cualquiera otro, y que cuando regresan del “viaje” no recuerdan absolutamente nada de lo sucedido; y las violan una y otra vez, varias personas, y las filman… imaginen ustedes todo lo que puede ocurrir.

Lo más grave de todo es que estas pepas no son sólo usadas por delincuentes que se visten como se podría reconocer socialmente a un delincuente, sino por cualquier persona que quiera someter a otra con el menor esfuerzo y que tenga un par de contactos que le provean de este producto.

Por eso es tan relevante este espacio al que he llamado con sencillez “Hablemos de drogas”, porque desde aquí muchos lectores y yo hemos hablado de las drogas no desde una posición dogmática o terapéutica sino cotidiana y común a la mayoría.

Eso es lo que necesitan nuestros jóvenes, no sólo la información técnica sobre las drogas porque esa se consigue fácilmente en Internet, sino el compartir de manera orientada las vivencias sociales y culturales de las drogas, lo que nos permite reflexionarlas, elevando a un nivel de conciencia eso que cotidiana y ordinariamente atestiguan nuestros sentidos.

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