Esta es una de las realidades más tristes hoy día: la droga circula en los colegios mucho más de lo que se imaginan los padres de familia, los profesores, profesionales y la misma Policía.
En una reunión con padres de familia en la que invité a un joven consumidor de sustancias psicoactivas (SPA) para que nos contara su experiencia de ingreso a las drogas, se conversó mucho acerca de los factores de riesgo que inciden en que los jóvenes tengan un consumo primerizo.
Para los padres de familia la historia de este joven fue dramática como lo son la mayoría de las historias de los consumidores, puesto que la segregación que implica consumir drogas es inherente e implacable en el proceso de socialización de la persona y su participación en la vida de una comunidad.
Las opiniones y comentarios de los padres de familia fueron de señalamiento frente a quienes consumen, haciéndolos ver como una mancha que sobresalía en una superficie, como un problema que debía solucionarse y por supuesto, todos se aprestaron a ofrecerse para aportar algo. Incluso me dijeron: “profe, por qué no creamos una fundación para atender a estos muchachos que tanta ayuda necesitan, mire, todos nosotros podemos aportar algo desde nuestras especialidades o trabajos, ¡hagámoslo!”
A mí me pareció genial que, como resultado del ejercicio, los presentes se hubieran sensibilizado tanto como para proponer soluciones al instante incluso de grueso calibre cual fue la idea de crear la fundación. Sin embargo, mi respuesta fue en contraposición a esta iniciativa, ante lo cual quedaron todos más que sorprendidos: “estamos llenos de fundaciones –les dije- llenos de programas gubernamentales, llenos de ideas, llenos de promesas, llenos de ese “optimismo pendejo” de sentirnos capaces de solucionar las cosas que suceden en el mundo cuando ni siquiera nos damos cuenta que el mundo no está allá donde lo vemos sino que el mundo somos nosotros y comienza por nosotros...
… Los muchachos y muchachas de las que estamos hablando en este momento son nuestros propios hijos e hijas. ¿Acaso no conocen personas de su círculo familiar o de amigos que supuestamente son el ejemplo de la bondad y del servicio a la comunidad y sus propias familias son el problema de esa comunidad? Ellos hacen afuera lo que deben hacer adentro”.
El mayor aporte que una persona puede hacer a la sociedad es cuidar su hogar, sus hijos e hijas, su esposa o su esposo. No hay por qué desgastarse en otras cosas cuando el fundamento de la sociedad es la familia. Se trata de escuchar a los jóvenes, se trata de estar ahí, con ellos, sin juzgar, sin amenazar, sin “satanizar” su vida; se trata de aprender a conocer la dinámica en la que se desarrolla su vida y a partir de ahí ubicarse uno como padre de familia para hablar con su hijo o con su hija; se trata de no crear distancias sino generar acercamientos; se trata de confianza, credibilidad y autoridad en la familia.
Los colegios –para el caso- son ese lugar donde los jóvenes llenan muchos de los vacíos que tienen origen en sus hogares. Ahora bien, que cada quien investigue cuáles podrán ser esos vacíos, que cada quien investigue su hogar, sus circunstancias. Por el momento, la ciudad es un basurero de iniciativas institucionales estériles y anacrónicas. Apostarle a la propia familia… ese es el reto.
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