Parece haber sido superado el hecho que la producción de marihuana estaba a cargo de los grandes capos de la droga cuyas plantaciones eran resguardadas por grupos al margen de la Ley.
Lo digo porque hoy día conviven en las ciudades cultivos domésticos de la planta –tecnificados además y con semillas seleccionadas para altas producciones-, a cargo de organizaciones de profesionales que no son capos pero tampoco cultivadores artesanales y que se instalan en espacios pequeños como garajes, locales a puerta cerrada y terrazas cubiertas equipadas con filtros de extracción de aire, sistemas de riego, ventiladores, lámparas, productos de cultivo y crecimiento, y sistema de vigilancia a través de cámaras web, entre otras cosas.
Todo este crecimiento del movimiento cannábico en el mundo ha sido –digamos- un crecimiento natural, es decir, la marihuana siempre ha tenido a su espalda todo un fenómeno masivo que la defiende, la promueve y la consume.
Pero gracias a los recientes debates políticos en torno al libre desarrollo de la personalidad, a la legalización del consumo y porte con fines terapéuticos y recreativos, y ahora último a la no criminalización de los pequeños consumidores, la expresión de este fenómeno identitario ha sido mayor: prueba de ello ha sido el protagonismo social y político que han ganado en el mundo los movimientos cannábicos, recordando por ejemplo que en las pasadas elecciones colombianas pretendieron una curul en el Senado de la República para apostar a favor, justamente, de estos aspectos del debate y sin olvidar que su campaña se mediatizó con mensajes directos a favor del consumo y con “fumatones” en varios sitios públicos en las principales ciudades del país, entre otras manifestaciones.
Aunque estoy a favor del autocultivo como una de las maneras frontales no sólo de luchar contra el narcotráfico sino de asumir y defender una posición política respecto de la autonomía personal, estoy en desacuerdo con que la marihuana se haya convertido en las ciudades en un ingreso extra para muchas personas, entre ellas estudiantes de colegio y universitarios, quienes han aprovechado para ampliar su menú con otras drogas clásicas como la coca, el hachís o la heroína, además de las sintéticas conocidas.
Es éste el doble filo que trae consigo la coyuntura –vista ya como un modelo de negocio-: poner en circulación muchas pequeñas cantidades de la droga menos nociva (la marihuana) –y legal-, para facilitar el acceso o acercar a estos consumidores a consumos experimentales de otro tipo de drogas más pesadas complicando así la cosa pero fortaleciendo el negocio.
La demanda de producto ha sido tan fuerte que cerca de 100 mil casos anuales de judicialización se presentan en Colombia por pequeñas cantidades, situación que puso a prueba al aparato estatal provocando concesiones recientes como la no criminalización de pequeños consumidores y la dosis de aprovisionamiento.
Los medianos distribuidores por supuesto, aprovechan la dinámica del mercado para ampliar su negocio cultivando nuevos consumidores. Sin olvidar toda la parafernalia que se ha desarrollado en torno al consumo, es decir, en los andenes, puestos de dulce, locales comerciales a puerta abierta, se venden en este momento todos los implementos para el consumo de marihuana, lo que destaca indiscutiblemente el potencial comercial e industrial de la droga y además el acceso fácil, inmediato y además económico, que un menor de edad puede tener a todo el círculo de consumo.
Tengo muchos amigos consumidores de drogas y/o que defienden el consumo y otros que militan el movimiento cannábico y me da rabia –y ellos lo saben- que por fuera se hable de un discurso político de la autonomía personal, pero por dentro se alimenta un negocio que no se toma en serio los alcances negativos que pueda tener para la condición humana.
Es muy delicado que un adolescente entre a un bar rock de la ciudad y le regalen un cigarrillo de marihuana en la entrada como marketing del negocio; por si no saben este sitio promueve abiertamente el consumo de marihuana, reparten galletas hechas con marihuana, se entrega publicidad relacionada con el tema y hasta se conformó un club de marchantes que hacen “paradas” a favor del consumo. Es decir, apenas vemos la punta del iceberg y esta situación amerita la atención especial del gobierno y el aporte de los grupos de investigación académica. Reflexión.
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