Notas de campo 13 (De observador a observado)

Federico Cárdenas Jiménez

Los ubiqué interesado en conocer su pensamiento sobre la marihuana. Nos encontramos en Bogotá, Avenida Jiménez, en el Café Pasaje. Mi contacto era bajo de estatura, cabello abundante más no largo; vestido de jean, mochila cruzada al pecho y bigote mejicano. Su semblante era neutro. Los ojos de este sujeto eran extraños, nunca supe si tenía la pupila dilatada (midriática) o si el color oscuro de su iris la ocultaba, en todo caso eran intimidantes y auscultadores, como si estuvieran todo el tiempo buscando a alguien detrás de los míos... Hablaba bajo, no muy claro, como si tuviera algo en su boca que no le permitía vocalizar eficientemente.

Emprendimos camino hacia el barrio La Candelaria. En el trayecto, sacó de su mochila un tarro y me ofreció coca para ir mascando mientras conversábamos… ése sería mi único alimento en Bogotá. Llegamos a una casa de dos pisos pero pequeña, ubicada a mitad de una falda pronunciada en la que un grupo de jóvenes nos esperaba. Todos habían sido habitantes de calle y adictos a las drogas… Su resurrección la debían a un ritual ceremonioso que con marihuana practicaban los indígenas Tubú, del Vaupés, presentes hoy día en Bogotá. Mi contacto me presentó ante ellos como un etnógrafo que documentaría la ceremonia a realizar esa noche… “¡observación participante o qué…!”, dijeron con picardía.

Todos masticaban y compartían la coca en un ambiente cálido y fraternal, a la vez que se conversaba sobre particularidades del vivir en la calle y de la fortuna de haber conocido a los Tubú. Preguntaron acerca de mis intenciones y de cómo había localizado a estos indígenas, pues, son difíciles de ubicar en la capital.

Nadie en todo el día probó bocado diferente a la coca. Al parecer, ésta planta masticada se encargó de distraer la fatiga del hambre y del cansancio. A la casa llegaban y llegaban personas y a pesar del frío capitalino, el lugar gozaba de un calor y de una simpatía especial. Caminamos el resto del día visitando diferentes grupos de jóvenes en lugares diversos y todo sucedía igual: estos muchachos masticaban coca, conversaban sobre lo que había sido su vida en las calles y sobre la rehabilitación que habían tenido gracias a los Tubú; unos tejían con lana, otros dibujaban en carboncillo y otros tocaban melodías en guitarra y quena.

Paulatinamente conseguí datos sobre esta comunidad indígena, anécdotas y cuestiones de su cotidianidad. Mi contacto era su líder en Bogotá y quien moderaría la ceremonia: “es algo que nunca olvidará compañero, ¡se lo aseguro!”, me dijo. En la noche no sólo serían consumidores los que estarían presentes, habría también una sanación para alguien a quien una raya de río había picado en una pierna.

Llegamos a un último lugar a las 6:30 de la noche. Un edificio de apartamentos. Piso 6. Había conmigo 8 personas y eran todas diferentes a las que había conocido en el transcurso del día. Era el momento de la ceremonia.

Mi objetivo era pasar 24 horas con los Tubú como un primer acercamiento a su cultura, observar su ritual con la marihuana y documentar esta experiencia. Llevaba 11 horas seguidas con ellos. 11 horas en un imperceptible ayuno y con una expectativa que ya estaba desbordándome. Lo exótico del ritual que estaba por presenciar me generaba incertidumbre y, debo confesarlo, mucho temor.

El líder indígena comenzó la sanación. No hubo vestiduras especiales, ni plumas, ni dientes de carnívoros selváticos colgados por ningún lado; tan sólo bocanadas de humo de tabaco chocaban contra el cuerpo de la paciente, impulsadas por unas extrañas palabras en idioma desconocido para mí. Claros y oscuros emergían en la tenue y ahogada luminiscencia. Percibí el cuerpo de la chica acostado boca arriba con su abdomen elevándose en cada respiración profunda y un cojo lamento que se desprendía de su ser como si la abandonara un siniestro dolor. El indígena estaba concentrado, abstraído, como en un trance… sentí que veía cosas en el cuerpo de la mujer que mi discernimiento ignoraba. Las manos de este hombre esparcían el humo en el cuerpo casi desmadejado, hasta que una modulación extraña nos sorprendió a todos… (continúa)

federic.cj@gmail.com

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