No siento otra cosa más que tristeza al saber que la vida y obra de Pablo Escobar Gaviria, el extinto capo del Cartel de Medellín, es ahora toda una mercancía turística explotada por su hermano Roberto Escobar Gaviria, quien hoy día trabaja como guía de un recorrido al que ha llamado “Pablo Escobar Tour”.
Por $100.000, quienes pagan –en su mayoría extranjeros- ‘disfrutan’ de este viaje en el que se pasean durante dos días por los lugares más significativos en la vida de quien fuera uno de los hombres más buscados por las autoridades nacionales e internacionales.
Confieso mi amor por Medellín y sus gentes y siento desasosiego de sólo recordar los días oscuros de la época de Pablo, de tantas familias que fueron víctimas de su ambición y de los corazones que fueron marcados hasta hoy por el dinero fácil y el poder. He pedido a Dios que nunca regresen esos días y pido que por un momento pensemos todos en las herencias que dejaron en nuestra cultura ¡Cómo puede ser eso insumo para promocionar turísticamente a una de las regiones más bellas de Colombia!
Seguramente para los turistas esto será un asunto de exotismo al escuchar de boca de “El Osito”, su hermano, el anecdotario de todos los negocios, los atentados, las fugas y los heroísmos que se tramaban y desarrollaban en lo que constituyó la historia de este cartel, pero para nosotros, como dolientes de los horrores de esta historia, no tiene nada de agradable. Me causa temor la jactancia y la amnesia que se dejan ver en esta situación.
Algo parecido ocurrió en una comunidad en la que trabajé hace poco. Ingenuamente me pedían que hiciéramos una serie como la de “Pandillas guerra y paz” para poder aparecer en televisión; de hecho, en conversaciones con ellos, noté cierto orgullo al relatar los robos, asesinatos, peleas y consumos de toda índole de drogas. Parecían estar seguros de la espectacularidad de lo que hacían, del heroísmo con el que a diario sobrevivían en la lógica delincuencial del más fuerte.
Como para los turistas que acuden al tour de Pablo Escobar, así mismo pasa con nosotros que sentimos cierto exotismo al conocer a los protagonistas, las historias y los modos de vida este tipo de contextos sociales de vulnerabilidad.
Recuerdo que allá iban cada rato personas a ofrecer plata a los muchachos –e incluso drogas-, para que se dejaran fotografiar, entrevistar y filmar, como si estuvieran tratando de saciar una sed amarillenta de novedad social.
Pues eso parece: en este caso, el tour de Pablo Escobar termina con la venta de souvenirs: camisetas con la imagen impresa del capo, libros y documentales sobre su vida y obras autografiados por algunos miembros de su familia- e incluso material informativo publicado en la prensa escrita sobre este “mito” que como ven, se convirtió en toda una “leyenda”.
A la final no se trata de juzgar a nadie pero sí de reflexionar acerca de las contradicciones que hay en nuestras culturas, no falta sino que las 900 Maras -temerarias pandillas integradas por guatemaltecos, salvadoreños y hondureños-, que se estima hay en Centroamérica, en las que militan alrededor de 70.000 miembros en sus filas, y que se encargan en este momento de controlar el tráfico de la droga en la región alimentándose del sicariato, a extorsión, los secuestros y la delincuencia en general, se conviertan en otro de los fetiches de esta sociedad enferma.
federic.cj@gmail.com
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