¡Pobre Ibagué…!

El descuido de la Secretaría Administrativa de la Gobernación frente a la restauración del mural del maestro Triana, deja una sensación de desesperanza entre los ciudadanos que aún queremos que la Ciudad y el Departamento salgan adelante, como lo demuestran otras ciudades intermedias como la nuestra.

El descuido de la Secretaría Administrativa de la Gobernación frente a la restauración del mural del maestro Triana, deja una sensación de desesperanza entre los ciudadanos que aún queremos que la Ciudad y el Departamento salgan adelante, como lo demuestran otras ciudades intermedias como la nuestra.

El tema no surgió de un día para otro; tiene antecedentes a partir de una voz de alarma que, hace unos dos años, dio la familia del maestro Triana, concretamente dos de sus hijos, ambos artistas, quienes presenciaban, cada vez que venían a Ibagué, el estado de deterioro de la obra que el Maestro había donado a la ciudad, por afecto por su tierra. Los hijos del Maestro, el maestro Darío Ortiz y otros tolimenses, entonces se reunieron varias veces para explorar posibilidades de hablar con el Gobernador, definir la manera de restaurarlo, y hasta pensar en la conveniencia de trasladar la obra a un lugar cerrado y más propicio para su conservación. Se analizó también la alternativa de consultar un experto de México, país muy avanzado en técnicas de restauración. Es decir, se mostró interés por la restauración de la obra.

No fue fácil avanzar en esas conversaciones en la Gobernación porque, sencillamente, el tema del arte y las manifestaciones culturales aún no son prioridad para las administraciones nuestras. Sin embargo, este grupo de tolimenses estuvo pendiente del tema y en espera de que se avanzara en la convocatoria pública y la contratación de un restaurador profesional porque, como explica el maestro Darío Ortiz con mucho detalle, la restauración es una carrera profesional, con un conocimiento específico, diferente al de un pintor. Es, sencillamente, otra carrera, con otro objeto de estudio.

Al respecto, surgen preguntas como estas: Si había un presupuesto de cincuenta millones, ¿por qué contratar con el proponente más barato? ¿Cuál es el concepto de ahorro con el que se trabaja, si el propósito es el de conservar una bella obra para el disfrute de los ibaguereños, tolimenses y turistas? Se trataba no solo de recuperar parte de nuestro patrimonio artístico sino de darle un valor agregado a Ibagué, que no es precisamente una de las ciudades más atractivas de Colombia.

La Secretaría Administrativa de la Gobernación señala que el contrato se efectuó con la asesoría del Ministerio de Cultura. Pero, según argumenta el maestro Ortiz, no se siguieron los lineamientos que demanda un proceso de restauración de una obra de arte. Tampoco creo que, con la actitud de improvisación con la que se contrata en nuestro medio, la Gobernación, antes de firmar el contrato, hubiera exigido el estudio profundo sobre las condiciones de la obra y del sitio de su ubicación, del que habla la directora de Programa de Artes plásticas de la Universidad del Tolima.

Uno se puede reír a carcajadas de alegría pero también existe la risa de medio lado, como respuesta a la sensación de frustración que muestran hechos como este, que producen daños irreparables. El caso, además, me recuerda una historia que, a propósito, me contaron hace unos días: La del alcalde de uno de nuestros municipios que, cuando supo que tendrían la visita de un arquitecto con doctorado en restauración, mandó pintar de blanco el monumento que este iba a examinar para que el visitante, que es extranjero, no se diera cuenta del estado de deterioro del mismo.

Credito
LUZ ÁNGELA CASTAÑO GONZÁLEZ

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