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El cambio que se quiere para el país implica el fortalecimiento de la participación ciudadana en las decisiones oficiales. Participación libre de condicionamientos acomodados a conveniencias excluyentes. Participación con libertad de expresión, sin sujeción a trampas. Es la expresión consciente y honrada de quienes obran articulados al bien común.
Ahora más que nunca la participación ciudadana debe contar para apoyar las propuestas de cambio. La suma de voces en defensa de los proyectos propuestos para reemplazar los desmanes clasistas con que se ha pretendido anclar a la nación en el laberinto del atraso debe seguir. Es el pueblo el que dispone, sin violencia, pero con la suficiente contundencia hasta consolidar sus demandas. La indiferencia sería ampliarles las alas a los enemigos del cambio, para quienes con lo que se ha hecho hasta ahora el país puede sostenerse. Lo cual lleva a la acumulación de sogas para la horca.
El inventario de cuanto tiene que desmontar el país para actualizarse es surtido. Son viejos y nuevos problemas, tradicionalmente mirados con subestimación, como para no tocar tales casos. Por eso la tierra está enajenada y cerrada a la producción, que debe ser su función prioritaria. Por eso, la educación y la salud andan en déficit. Por eso es la violencia cotidiana que hace víctimas a líderes sociales, a personas indefensas, a trabajadores convertidos en objetivos de guerra. Por eso el narcotráfico con todas sus extravagancias. Por eso la corrupción, agitada como una creciente tormenta.
La nación colombiana se ha ido quedando sobre soportes deleznables, asediada por situaciones que la carcomen, así su apariencia no lo refleje en toda su magnitud. El mayor problema es la conformidad con los males que se padecen, hasta el punto que el anterior gobierno celebraba un crecimiento de la economía, que si bien está en las estadísticas del establecimiento es contraria a las condiciones de vida de la población. El crecimiento debiera traducirse en la satisfacción de las necesidades de los colombianos que las padecen y no hay tal. La pobreza no cede, el desempleo se mantiene y crece el hambre en muchos hogares de pobres.
En medio de los descalabros buscan imponerse dirigentes empeñados en que todo lo que está mal debe seguir igual. No les importa corregir los desvíos de la lucha contra la droga. Los tiene sin cuidado la deforestación.
Prefieren que sigan las violencias antes que entrar en una negociación de paz con los grupos armados. Por eso rechazan los cambios, las políticas orientadas a salir del atolladero. Han convertido el derecho a la crítica en una cadena de insultos y en vez de hacer propuestas sustentadas se van por el lado del agravio, como lo hizo el expresidente Andrés Pastrana ante el discurso del presidente Petro en la ONU. Así van armando una atmósfera de oscurantismo, que no es lo mismo que el derecho a la oposición. Por eso hay que acudir a la militancia popular.
Puntada
En la reconstrucción de la frontera todos somos actores.
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