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Guerrilleros, paramilitares, sicarios con las marcas de mafias del narcotráfico, “disidencias” de las Fuerzas Militares del Estado, delincuentes comunes, pistoleros avezados en el exterminio de defensores de derechos humanos y causas populares, o de protectores del medio ambiente o líderes comunitarios, son recurrentes en la comisión de actos letales.
En Colombia son muchos los expedientes por magnicidios, asesinatos de líderes sociales, feminicidios cotidianos, exterminio de militantes de partido reconocidamente progresista como es el caso de la Unión Patriótica, desapariciones forzadas, desplazamientos impuestos por la usurpación de tierra a sus dueños legítimos, secuestro, extorsión y todas las demás formas de agresión contra la vida, incluida la represión a la protesta social a sangre y fuego, como se hizo 2021 contra los manifestantes en las marchas de inconformidad en diferentes ciudades. Esa proclividad al empleo de la fuerza busca el predominio de intereses abusivos, contrariando el Estado social de derecho consagrado en la Constitución.
La alargada cadena de la violencia en Colombia es un mal que ultraja la vida, ante lo cual se convierte en prioridad una acción de gobierno que le ponga fin a ese derrumbamiento. El camino de la paz se hace entonces prioridad. La depredación de la existencia humana, convertida en rutina, le cierra posibilidades de prosperidad económica y social a la nación. Se le abren las compuertas al aniquilamiento y se agrandará la brecha de la desigualdad con precipitación de borrasca cada vez más abismal.
Convertir a Colombia en potencia de la vida no es populismo ni ligereza. Es una meta democrática del presidente Gustavo Petro. Y alrededor de la misma debe unirse el país para dejar atrás no solamente el entramado de la muerte sino todas las otras secuelas surgidas de tantos desatinos consentidos. Privilegiar la vida es articularse a la democracia. Con lo cual pueden eliminarse tantas fracturas que impiden un desarrollo con rendimientos de prosperidad.
La vida es amor, no solamente como el goce de las relaciones sexuales sino en el florecimiento de la solidaridad en las relaciones en comunidad. Es el aprovechamiento del talento y de la capacidad creadora de cada quien. Por eso hay que infundir respeto, aprecio y querencia entre las personas. Es el reconocimiento de derechos para un trato de dignidad, que evite ultrajes.
La construcción de una sociedad sin violencia le abrirá espacios a la comprensión, a la justicia, a la libertad. Será la solución a los males que hoy restringen cuanto ofrece la existencia humana sin las ataduras de la opresión que surge de ese nudo ciego de la arbitrariedad.
Una nueva etapa de la historia de Colombia debe estar marcada por la paz, la convivencia, la no repetición de agresiones de ningún orden.
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