La violencia recurrente (II)

Cicerón Flórez Moya

En Colombia la violencia ha alcanzado en forma reiterada unas dinámicas como si se tratara de un mal endémico. Su persistencia la hace más devastadora y con el paso del tiempo su afectación se generaliza, lo cual está demostrado con el número de víctimas que registra.
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Los actores de las acciones letales son cada vez más crueles. Y en eso están todos los comprometidos en la sevicia de la criminalidad. Coinciden no solamente en la proclividad al exterminio de la vida de quienes sean escogidos como objetivos de su perversión sino, muchas veces, en la forma más repudiable con que puedan cometerlo.

El homicidio, el secuestro, la extorsión, el reclutamiento de menores, la desaparición forzada, el despojo de predios a sus legítimos dueños, el paro armado, la presión para generar desplazamiento, el sistemático asesinato de líderes sociales, defensores de derechos humanos o protectores del medio ambiente y otras prácticas criminales, son formas de ejercer la lucha armada. Es la presión tendiente a doblegar a la población civil para alcanzar espacios desde los cuales se busque la consolidación de un poder basado en la fuerza. Es el aniquilamiento de la libertad a sangre y fuego.

El reciente repaso que se hizo de la vida del narcotraficante Pablo Escobar con motivo de los 30 años de su muerte, puso en evidencia la capacidad del capo para generar violencia. Y se la impuso a Colombia de manera extrema, exterminando policías y los colombianos que identificaba como contrarios suyos. 

En esa cacería cayeron, candidatos a la Presidencia de la República, un ministro y otros servidores públicos. También fueron víctimas ciudadanos del común, lo cual ocurrió con el atentado al avión de Avianca que transportaba pasajeros. Este capítulo de horror protagonizado por el llamado “Patrón del mal” hizo de Colombia un escenario de muerte, afectado además por la corrupción articulada a sectores representativos del establecimiento.

A esa operación infernal atizada por Pablo Escobar se suma la secuela propia de ese entramado. La mafia que armó para el manejo del tráfico de la droga lo convirtió en uno de los más poderosos millonarios del mundo con poder para ejercer la violencia. Y lo hizo a través de bandas que obedecían sus órdenes. Aparece el paramilitarismo, con funciones criminales controladas desde lo alto por la nueva estructura del crimen organizado. Es un mal que crece con rapidez y afecta buena parte del territorio nacional con sus actos desoladores.

Pero el inventario de la violencia no son solamente las encarnizadas luchas partidistas, ni la insurgencia de las guerrillas, o la avalancha criminal de los paramilitares patrocinados por políticos, narcotraficantes y hasta instituciones oficiales. En la relación entra el propio gobierno. A este respecto hay que mencionar el hecho de las ejecuciones extrajudiciales en pasados gobiernos con 6.402 víctimas como la comprobó la Jurisdicción Especial para la paz. Y no puede quedar sin mención el exterminio de la Unión Patriota en los años 90 del siglo XX, que es otro genocidio político con la complicidad de agentes del Estado.

Y está también el hecho de colombianos influyentes que son declarados enemigos de la paz como si esta afectara sus intereses.

Puntada

Sin dejar de reconocer que Hamás es organización emparentada con el terrorismo, no tiene justificación que Israel cometa crímenes de guerra contra la población palestina en Gaza. Su acción es repudiable.

CICERÓN FLÓREZ MOYA

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