La legitimidad de la oposición

Cicerón Flórez Moya

En la democracia el rol de la oposición tiene importancia política fundamental. Además, cuenta con reconocimiento y protección. Lo que no ocurre en los regímenes autoritarios ni es del gusto de quienes monopolizan el poder en función de sus intereses excluyentes o lo ejercen como máquina de exterminio para liquidar a sus contrarios.

A la oposición le cabe la responsabilidad de la veeduría sobre los actos de gobierno. Veeduría crítica pero basada en la certeza de lo que denuncia o cuestiona.

Y debe ser una corriente respetable, con credibilidad, sin sujeción a mezquindades o a las estrategias de degradación. Porque no se trata de una guerra sucia.

Desde luego, en la oposición se corren riesgos cuando quienes gobiernan, o los grupos de presión, se consideran intocables y no admiten sino la idolatría, la genuflexión y el culto a la personalidad, para la protección de sus intereses o el ocultamiento de sus actos ilícitos.

En Colombia no está muy lejano el capítulo del exterminio de la Unión Patriótica mediante acciones de grupos criminales a órdenes de patrocinadores extremistas aferrados a sus privilegios de clase y al oscurantismo político.

Y es más reciente el cerco que en los mandatos de Álvaro Uribe se tendió contra las altas Cortes y los que eran calificados de opositores por disentir de las políticas de ese Gobierno.

Ser contestatario o estar en la orilla opuesta al incienso con que se alababa la doctrina de la ‘Seguridad Democrática’ era exponerse al castigo de la estigmatización o ser tachado de colaborador de la guerrilla y aliado del terrorismo.

Uribe fundó el Partido Centro Democrático para hacerle oposición al Gobierno de Santos. Al respecto no hay objeción alguna. Bienvenida esa corriente. Lo malo es su lado oscuro, o la degradación del ejercicio político, en el que se ha caído. Porque oponerse es criticar bajo el reflector de la verdad y no al engaño. Es denunciar cuanto afecte el interés común y no autoproclamarse víctima para buscar el beneficio de la impunidad para defender organizaciones criminales como la de ´Los 12 apóstoles´.

Cuando la oposición está animada por el odio personal, por el capricho caudillista, la arrogancia mesiánica y el dogmatismo obsesivo, pierde legitimidad y se reduce a una guerra personal.

La oposición debe ser la defensa de las causas sociales, contra la corrupción, contra el abuso de poder y contra el engaño. Tiene que estar articulada a la promoción de la democracia y crear espacios de nuevas posibilidades como respuesta a lo que se tacha de perjudicial.

La oposición tampoco es el insulto ofensivo, ni la mentira. Requiere seriedad, rigor analítico y autoridad moral. No es un surtidor de baratijas pendencieras. No es un malabarismo para minimizar fracasos o hacer de cómplice de bandidos.

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