No es lo que banksy querría

Fuad Gonzalo Chacón

La clandestinidad misma de la obra de Banksy hace que tu primer contacto con ella siempre sea un evento accidental, casi fortuito, en el que sin darte cuenta terminas cara a cara con el trabajo de uno de los artistas más influyentes de nuestra época.
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En mi caso, se trató de un paseo cualquiera durante mis primeros días en Nueva York. Tras un mal cruce en la calle 79 me di de frente contra su “Hammer Boy”, el grafiti del niño que, con martillo de juguete en mano y bien resguardado por una barrera de plexiglás auspiciada por una tienda local, transforma un hidrante del mundo físico en un juego de feria ante la mirada estupefacta de los transeúntes que al notar su presencia se detienen para tomar la foto de rigor.

Es esta cercanía con el espectador la cual convierte cualquier pared desde Londres hasta Kiev al mismo tiempo en un gran lienzo donde plasmar su protesta y en un museo al aire libre con entrada gratuita, la que forzosamente te hace cuestionar la irónica paradoja de que acabe de abrir en Madrid una exposición no oficial de su catálogo callejero. Una iniciativa que no ha dejado a nadie indiferente en la ciudad y no sólo por los 15 euros que cobran por cabeza en la puerta, sino porque no sólo sus organizadores no guardan conexión alguna con Banksy (por lo que el dinero no le llega a éste), sino porque en su interior no hay ni una sola pieza original, sólo puras reproducciones de tamaño real hechas por grafiteros españoles.

Esto no es nuevo, por supuesto. Las exposiciones inmersivas de artistas como Van Gogh, Monet y Klimt cabalgan desbocadas por toda Europa aprovechando la condición de dominio público de sus pinturas, pero en ese caso es diferente ya que no sólo Banksy está vivo (aunque desconozcamos su identidad por completo), sino también porque su desprecio personal por la propiedad intelectual es tal que ha permitido la reproducción de sus imágenes siempre que se haga sin fines comerciales, o como bien lo pone su página web: “Imprímelas en un color que combine con tus cortinas, haz con ellas una tarjeta para tu abuela o preséntalas como propias para tu tarea, lo que sea”

Así, la exhibición por sí sola bien podría ser un contra-performance del capitalismo que Banksy tanto critica (por mucho que sus obras se subasten por millones en Sotheby’s) y aunque el recorrido es verdaderamente informativo y ayuda a profundizar en su enigmática figura para quienes no tienen la oportunidad de presenciar su arte en vivo, el auténtico dilema llega al final, cuando desembocas en una completísima tienda de regalos donde todo tiene buena pinta y precios más que asequibles (faltaría más cuando se están ahorrando todos los derechos de autor). 

Pero por mucho que la billetera te queme en el bolsillo y puedas proyectar lo bien que se van a ver en tu nevera esos imanes de “Girl with Balloon” o el “Flower Thrower”, no la sacas porque sabes que no es lo que Banksy querría.

Fuad Gonzalo Chacón

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