Evento que se efectuó la semana pasada en Ibagué, refiriéndose a muchos de los males que azotan la realidad polÃtica, social y económica del paÃs, -injustamente achacados a la Constitución de 1991-, evidenció que varios de esos desarreglos institucionales obedecen a factores polÃticos, que existÃan no sólo con peso en el pasado, sino que viven con bastante relevancia en el presente, y con amplia cobertura nacional.
Obvio, -que esas calamidades- también existen, ¡y de que manera!, en nuestro entorno regional.
Las anotaciones de Gaviria, tienen fortaleza polÃtica tanto por la contundencia de la argumentación como por la práctica gubernamental en su caso personal.
O sea, porque habla como un buen analista; pero, también como gobernante a partir de su propia experiencia, en cuyo ejercicio cometió varios pecados de los que hoy condena: más sabe el diablo por viejo que por diablo.
Hechas las anteriores aclaraciones, vale la pena observar, con ese lente, la actual situación polÃtica electoral del Tolima y de Ibagué, para deducir algunas sabias enseñanzas.
Por ejemplo, César Gaviria sostuvo en el Encuentro referido, que uno de los elementos que dispara la corrupción en la administración pública, lo constituye el no nombrar funcionarios probos. Se refirió como ejemplo cierto y reciente al anterior gobierno de Uribe. Y anotó algo por demás cierto: esa mala elección de funcionarios se origina a partir, -según sus propias palabras – de la forma de repartir la administración pública a pedazos entre dirigentes polÃticos.
Esa falencia nacional, en el caso del Tolima, no sólo es reiterativa sino emblemática. El Tolima se jodió, precisamente por institucionalizar ese estilo de participación polÃtica y electoral que moldeó una forma de gobierno perversa y corrompida, que con dos o tres excepciones, ha imperado a su amaño en nuestra región.
Ese nefasto estilo de ejercicio de la polÃtica en el Tolima, está vivito y coleando. Observemos la actual administración departamental y municipal (Ibagué) y lo podremos comprobar sin mayores esfuerzos detectivescos. Y el peligro hacia el futuro radica precisamente en que ese mismo estilo constituye el eje rector de la práctica real (no la formal del programa en una insensible hoja de papel o de un discurso simulado) que orienta, motiva y compromete a las opciones con posibilidad de victoria en el próximo y cercano debate electoral.
En esas campañas se recibe al que llegue –lo mismo que antes – con la sola condición que aporte votos y sobre todo plata. Ojalá, nada conceptual. Ni menos, lÃneas estratégicas de desarrollo: ¿Eso para qué?, se preguntarÃa con acento echandiano alguno de los futuros elegidos. Y al final, el gabinete se conformará –lo mismo que antes- precisamente con las fichas colocadas por quienes pusieron la plata y lo votos.
¿Y, de ese engendro gubernativo, que puede esperar el Tolima? Sin lugar a dudas, corrupción, politiquerÃa y clientelismo. De ahÃ, -disculpen la repetición- la importancia de votar en blanco. No tenemos otra forma de protestar.
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