Algún comentarista político -cuyo nombre no podemos recordar- sostuvo hace algunos años que históricamente el M-19 representaba en la política nacional, lo que el nadaísmo significaba para la literatura colombiana. La comparación entre literatura y política en la historia patria, y más aún tratándose de expresiones rebeldes en cada uno de los campos mencionados, resultaba ser un chispazo novedoso y simpático, pero nada más. Prevalecía -en los estudios de los nuevos historiadores colombianos- el marco general de análisis de los personajes, hechos y circunstancias a partir de la investigación de factores económicos, culturales y sociales relevantes que no habían sido considerados en muchos de los más conocidos textos de historia patria de mediados del siglo pasado.
William Ospina en ‘Pa que se acabe la vaina’ da vida y continuidad, en un estudio ordenado y objetivo, a muchos de esos chispazos esporádicos y desordenados que buscaban analizar el desarrollo de los principales acontecimientos de nuestra historia, contemplados también desde el balcón coetáneo de la literatura, la música y las expresiones artísticas. No de otra manera, podrían ascender a la inmortalidad de la tribuna de la historia colombiana estos protagonistas, que no fueron ni eclesiásticos, ni militares, ni políticos, pero que sin lugar a dudas han contribuido trascendentalmente a conformar la esencia del ser colombiano. Bien desde los aportes de la música popular con Crescencio Salcedo, José Barros, Guillermo Buitrago, Rafael Escalona, Oscar Agudelo, Lucho Bermúdez, Matilde Díaz, Julio Erazo, Leandro Díaz, Juan Madera, Wilsón Choperena para nombrar algunos de los más mentados, o no tan publicitados como Pedro Ruiz, Miguel Ángel Rojas, Carlos Granada en el campo artístico.
Encuadrar este trabajo histórico de William Ospina dentro del conjunto de estudios llevados a cabo por pensadores social-demócratas en Colombia, tales como Antonio García, Gerardo Molina, Orlando Fals Borda, no resultaría esfuerzo académico difícil. Quizás el autor considere arbitraria dicha ubicación. Pero lo que sí resulta evidente es comprobar que el estudio en mención cuestiona -como los análisis históricos de aquellos- serena y objetivamente el papel jugado por una casta envanecida e ignorante, un élite inmovilista, una dirigencia arrogante que utilizó, entre otros, como instrumento de dominación el lenguaje para oprimir y explotar centenariamente a los indios, esclavos y campesinos, condenado por siglos al país al crimen, la perversidad y la locura.
Nos cayó como una gotica fría, la fugaz mención de nuestro paisano José María Melo, que a decir de varios historiadores fue antes que Rojas Pinilla el primer mandatario popular en Colombia. Esperamos, más temprano que tarde, que William nos brinde la oportunidad de conocer su magistral visión de Melo, y a partir de esa eventual proclama, reintentar con su liderazgo otra vez el aplazado traslado a Chaparral, de sus cenizas que reposan en Chiapas, donde murió abanderando la causa libertaria de Benito Juárez. Así acabaría también esa vaina de tener al único ex-presidente colombiano enterrado lejos de su patria natal.
Comentarios