El trabajo de un falso testigo es decir mentiras. Por eso le pagan: en efectivo o con favores. Y los falsos testigos y falsos positivos, son temas de moda en Colombia, como en ningún lugar del mundo, donde se ventilen publicitadas causas criminales. Son patrimonio nuestro, nacional: único. Algo así como la orquídea Cattleya trianae. Pero no de orgullo, sino de degradación: la mentira colombiana.
Y la mentira colombiana, distinta de las clásicas de la historia universal y de las cotidianas del mundo farandulero, tiene una característica especial, resaltada por un santo de la Paz y el Humanismo en nuestra patria, el arzobispo de Cali, Darío de Jesús Monsalve, quien afirma, palabras más palabras menos, que la actual mentira colombiana, nace y tiene apoyo en el odio. Y de esas versiones mentirosas, lo afirma textualmente el prelado, no se escapan “ni los obispos”.
Precisamente él, hace pocas semanas fue acusado de comunista, por predicar la reconciliación nacional y recibir en su arquidiócesis a antiguos levantados en armas, hoy en proceso de paz.
Nuestra paradigmática mentira nacional, no tiene nada de la visión platónica que a veces le atribuía algo de noble. O de la perspectiva que Voltaire le daba de gran virtud, cuando hace el bien. O la parroquial quimera piadosa o halagadora que se practica afianzando niveles de convivencia.
Nada de eso. La mendacidad de moda en Colombia, está fundamentada en la animadversión, y en este caso en relación con el poder. Busca producir daño o desgracia en una persona. Se practicó con eficiencia y eficacia durante un largo período presidencial, bajo el inofensivo remoquete de “falso positivo”. Y alarga su tenebrosa garra hasta el presente bajo la denominación y existencia de “los falsos testigos”.
Pero es la misma vieja y peligrosa falsedad, ahora bajo el nombre nuevo de pose académico, de posverdad. Vigorosa y arrasadora de la mano de actos de gobierno, como los que imperaron por aquella terrible época, donde dejó de ser mentira para convertirse momentáneamente en verdad oficial. Y permitieron considerar como terroristas muertos en combate a humildes campesinos y discapacitados habitantes de Soacha.
Sergio Ramírez, destacaba en una reciente columna, analizando las ilógicas aseveraciones de la consejera de la Casa Blanca Kellyanne Conway, que la mentira se convierte en verdad, a partir del ejercicio del poder. Aforismo según el cual, quien es dueño de poder es dueño de la verdad.
La Corte Suprema de Justicia de Colombia, en su momento y en varios casos relevantes, logró rescatar la verdad de la maraña de mentiras del poder presidencial. Pero, la farsa de nuevo, sembrada en el rencor, busca espacio en la opinión pública nacional. Y otra vez se pretende descalificar la imparcialidad y ponderación de la Corte. De seguro, de nuevo prevalecerá la verdad sobre la mentira. Los fallos ecuánimes, sobre la arrogancia sembrada en el odio y la venganza. La paz sobre la guerra.
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