Sin otra alternativa

Camilo González Pacheco

Cuenta William Ospina, al inicio de su último libro Guayacanal, interesantes anécdotas familiares relacionadas con el clima de violencia bipartidista, que se vivió por allá en los años cincuenta del siglo pasado, en el Norte del Tolima. Por esos tiempos, muchas familias conservadoras que vivían en pueblos liberales, emigraron a poblaciones de mayoría azul para salvar sus vidas. Otro tanto, hicieron liberales en pueblos conservadores.

Un de esas familias, fue la de William Ospina. Luis –su padre- decidió viajar a Santa Teresa, corregimiento del Líbano (Tolima), por ser “el único sitio donde nadie intentaría matarlo, por ser un pueblo de solo liberales”.

Decisión parecida acogieron muchas familias, en especial del sur del Tolima, pero en este caso de origen conservador. Varias de ellas, se ubicaron a pocos kilómetros del Líbano, en Santa Isabel.

O sea, en el norte del Tolima, muy cerca, -como lo narra William- se ubicaban liberales y conservadores, que huían de una violencia tenebrosa, azuzada desde la encumbrada capital de la República, por directores nacionales del bipartidismo y replicadas absurdamente en muchas regiones del país. Paradójicamente liberales y conservadores, que huían desde distintos puntos cardinales del Tolima para salvar sus vidas, y alejarse de sus contrincantes, se refugiaron en un mismo terreno geográfico. Al final, en la huida terminaban otra vez de vecinos.

El odio bipartidista germinó en la base social del campesinado. Así lo registra, William: “y todas esas gentes que terminaron odiándose o temiéndose al comienzo eran vecinos y amigos, no sabían que pertenecer a partidos distintos fuera algo tan grave, tan imperdonable … que convirtieron a los pueblos en calderos de intolerancia y de miedo, y a los vecinos de siempre en enemigos y demonios”.

Los campesinos liberales y conservadores, que huyeron de sus fincas vendieron, -cuando pudieron- a precio de huevo sus tierras, y de la noche a la mañana aparecieron convertidos en desolados habitantes de pueblos y ciudades, en las que nunca se volvieron a sentir habitando su propia casa. Salvo sus vidas, lo perdieron casi todo.

En el inicio de Guayacanal, aparece este relato triste de parte de una generación que padeció la violencia bipartidista en el Tolima. Otra generación con otra violencia. Igual de tenebrosa a la actual, que se mueve, a toda hora en lo rural y lo urbano. Sembrando luto, dolor y tempestades. Mucho más allá de los partidos. Predominantemente, alrededor del narcotráfico, la minería ilegal y la consolidación terrateniente.

Pero, el reto sigue siendo el mismo: progresar en el logro de la solución pacifica de los conflictos. Sobre todo con reforma agraria. Construyendo paz estable y duradera. No existe otra alternativa.

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