El dolor, ese sentimiento que es bella y desgarradoramente descrito por los grandes maestros de la literatura, el teatro, el cine, la pintura y en general todas las artes, es nuestro compañero inevitable e ineludible en este trasegar existencial. Tanto individual como colectivamente.
Buen ejemplo de ese buceo en las profundidades de nuestra alma, para ponernos un poco trascendentales, lo constituyen las grandes tragedias de los clásicos griegos, cuyo origen es aún un problema no resuelto. Existen teorías antropológicas que estiman que se trataba de un ritual de sacrificio en el cual se ofrecían animales a los Dioses para lograr buenas cosechas y buena caza.
Representan las acciones más terribles de los seres humanos; una actuación contra las leyes divinas que lleva al personaje a cometer un crimen, por el que recibirá un castigo. Estas representaciones hacen brotar en el espectador sentimientos de piedad y terror permitiéndole tomar conciencia y distancia de sus propias pasiones.
Según nos explica David García Pérez, en su artículo, “La angustia del ser y del deber en la tragedia Griega”, el hombre aparece como un ser terrible, esto es, contradictorio porque es capaz de enfrentarse solitariamente al mundo y al destino, y es monstruoso porque en aras de rehacer el camino, que a él le parece lógico llega al asesinato, incluso al de sus parientes más cercanos, porque en su intensa complejidad pretende resolver los enigmas del hombre y su contexto, pero es una nulidad para domeñar su propio ser. Ello a propósito de la razón política que guía a los personajes trágicos. El poder obnubila la razón prudente de los sujetos y los encamina directamente a la desgracia.
La locura en la tragedia griega era un castigo enviado por los dioses; las emociones no pertenecían a los individuos sino que eran fuerzas exteriores: animadversión de los dioses, la enfermedad, la pasión. Dolor, llanto, incertidumbre, impotencia……la encrucijada vital de los personajes.
La presencia de la tragedia griega sigue siendo en Colombia un recurso pertinente para hablar de las heridas de nuestra cruel realidad. Basta un ejemplo: Las Suplicantes, tragedia griega de Eurípides, trata de las mujeres que quieren reclamar los cadáveres de sus hijos muertos en la guerra, al igual que sucede con las madres que buscan a sus hijos desaparecidos o muertos por este conflicto fratricida.
El sufrimiento acompaña día a día a las familias, las comunidades, y los líderes sociales, pero la tragedia en nuestro caso no viene de los dioses, viene de los paramilitares, de los terratenientes, de los explotadores de las economías ilegales. Nada divino. Muy humano. Demasiado humano y dolorosamente cruel. Miremos al hijo de María del Pilar Hurtado.
Comentarios