Los seres humanos hemos tenido que padecer sufrimientos indecibles para poder aceptarnos todos, en nuestra condición y dignidad. Desde el sistema esclavista, donde quienes tenían el estatus de esclavos, podían ser muertos, vendidos, mutilados. Luego, como siervos de la gleba, adscritos a un pedazo de tierra del señor feudal, acompañados de miseria. Hasta la venta de la fuerza de trabajo en condiciones infrahumanas, en el capitalismo depredador.
Y, ni hablar de otros horrores por los que ha pasado la humanidad, de ingrata recordación hasta para evocar en esta modesta columna. La inquisición, por ejemplo, donde un fanático en nombre de Dios recibía denuncias tenebrosas, investigaba, torturaba, practicaba las denominadas ordalías o pruebas de Dios, que eran tormentos irresistibles. Verbigracia, caminar sobre brasas ardientes, meter las manos al fuego (de allí el dicho). Si alguien sobrevivía o no resultaba muy lesionado, se entendía que Dios lo consideraba inocente. Obtenida la confesión del hereje o la bruja eran quemados vivos.
Se suman a estas delicadezas, las guerras, con su inventario de atrocidades y utilización de métodos bárbaros. En la Segunda Guerra mundial se estiman entre cincuenta y cinco a sesenta millones de muertos. Gran parte de ellos, niños.
Y es así, como poco a poco, producto de tantos padecimientos, vamos reconociendo nuestros Derechos. Acogidos formalmente en múltiples Declaraciones, como la Carta Magna, los Derechos Humanos, el Derecho Internacional Humanitario. Igualmente, surgen organismos neutrales de protección como la Cruz Roja, por iniciativa de Henry Dunant, quien, cuando pasó por el sitio de la batalla de Solferino, quedó tan impactado, con el martirio de cuarenta mil heridos abandonados, que de inmediato procedió a atenderlos con la ayuda de los lugareños bajo el lema “Todos Hermanos”.
Se proclama la libertad, la dignidad, la igualdad y la vida como bien supremo. Se proscribe la tortura, los castigos inhumanos o degradantes. Se consagran derechos políticos y prosperamos en derechos económicos y sociales.
Pero, no tan rápido. La Declaración de los Derechos del Hombre, no incluyó a las mujeres, los negros, los niños, los indígenas y otras minorías. Por ello, tuvieron que ser declarados posteriormente. La lucha continúa.
Nuestra soberbia e ignorancia, nos había impedido concebir hasta hace poco, que los ecosistemas, ríos y los animales pudieran tener derechos. No podíamos siquiera suponer, que algunos de éstos últimos tuvieran espacios irreductibles de libertad. Ahora se acepta, que se deben proteger todas las formas de vida que tengan una condición necesaria: capacidad para sentir placer o dolor.
Por eso Chucho, el oso deprimido, nos lleva a profundas reflexiones científicas, filosóficas y jurídicas sobre nosotros mismos y nuestros acompañantes. Confiamos en las orientaciones dadas para estos efectos, por la Corte Constitucional. Avanzamos.
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