En la última Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, su secretario general, Antonio Guterres, llamó la atención sobre la cooperación mundial, la crisis migratoria y el cambio climático. Algunas intervenciones fueron agresivas. Entre ellas la de Bolsonaro.
Brasil es el país que tradicionalmente abre la reunión y el discurso de Jair Bolsonaro era muy esperado, dada su defensa de las dictaduras, los ataques a sus predecesores, sus bravuconadas racistas y discriminatorias, sus desplantes a la comunidad Europea, que motivó que Alemania y Noruega suspendieran las ayudas para la conservación de la Amazonia.
Se refirió -Bolsonaro- a un Brasil nuevo, que se ha liberado, del que denominó “riesgo del socialismo” al que le achacó la corrupción, delincuencia y la grave recesión económica que sufre, a más de haber separado el alma humana de Dios. Arremetió contra los países de la región que tienen posturas distintas, los medios de comunicación que mienten sobre la devastación y los incendios del Amazonas y algunos líderes indígenas.
Pero lo que más causó estupor, fue su declaración de que “Resultaba falaz decir que el Amazonas es un legado de la humanidad y decir que nuestro bosque es el pulmón del mundo”. Todo ello enmarcado en lo que llamó la recuperación de la verdad.
Para algunos analistas -como Amaury Chamorro- el discurso estuvo dirigido a la audiencia interna, a los sectores más retardatarios de su país, en un momento en que el análisis sobre su gestión va en picada. Mentiras descaradas, que obviamente la comunidad internacional no se las cree, porque la evidencia científica de que la Amazonía sí es el pulmón del mundo y de su destrucción es abrumadora.
Para otros el discurso de Bolsonaro fue delirante. Ha sido el primer presidente elegido democráticamente en defender una dictadura militar. Ha dicho que el Amazonas está intacto y ha demostrado lo que pretende hacer: abrir la selva a la explotación económica y minera, dividir a los líderes indígenas y comprar tierras con mucho dinero.
En contraste, hubo otro discurso duro, el de Greta Thunberg, que luego de advertir a los gobernantes, que los jóvenes los estarían vigilando, les reprochó por robar sus sueños y su infancia, la gente que muere, los ecosistemas colapsando. Resaltó que solo les importa el dinero y cuentos de hadas del crecimiento económico y la pobre meta de reducir al 50% la emisión de gases en diez años, que solo da, también, la mitad de las oportunidades de reducir el calentamiento en 1.5 grados, causando fenómenos fuera de control, problema con el que cargarán las generaciones venideras. Patético en su primera acepción: Produce mucha angustia y dolor.
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