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La primera señal fue su discurso ante las Naciones Unidas en el que dijo: “Nosotros les servimos para excusar los vacíos y las soledades de su propia sociedad que la llevan a vivir en medio de las burbujas de las drogas… Mejor es declararle la guerra a la selva, a sus plantas, a sus gentes”; tildó de hipócrita a occidente, declaró más dañino el petróleo que la cocaína, y para rematar, llegó tarde a la cena que el presidente Biden les ofreció a los jefes de estado en el Museo de Historia Natural. A componer las cosas vino Antony Blinken, quien expresó un reservado respaldo al temerario enfoque de sus políticas antidrogas y de transición energética.
La cosa no paró ahí. El pasado 20 de octubre El País de Madrid publicó una noticia que la prensa local minimizó: “Estados Unidos se muestra preocupado últimamente por la influencia que trata de ejercer China sobre Colombia tras la llegada del nuevo presidente. “Agarrar el dinero de Pekín se acaba pagando”, han advertido a Gustavo Petro los congresistas norteamericanos que han visitado Bogotá esta semana”.
No es un asunto menor que la alarma fuera encendida por los demócratas, aliados e impulsadores del Plan Colombia, que en 20 años ha significado US$10.000 millones en cooperación económica y militar.
Petro busca a las empresas estatales chinas interesadas en su “transición energética”. A diferencia de los norteamericanos, los oficiales chinos llegan con inversiones, créditos y compradores públicos de tierras para producir comida, edificar puertos, aeropuertos, ferrocarriles o internet 5G, ejerciendo una cuasi soberanía a larguísimo plazo. Su cabeza de playa en Suramérica ha sido Brasil, 42 % de sus inversiones, 48 % en el segmento eléctrico y 28 % en petróleo y gas.
En Venezuela conformaron la sociedad mixta Petrosinovensa, alianza entre PDVSA y CNPC (gigante chino del petróleo) para reactivar una industria que cayó de 3’8 millones de barriles en 1998 a 400.000 en 2020. Venezuela debe al Industrial and Commercial Bank of China $67.200 millones de dólares pagaderos con petróleo.
No es de extrañar que tengan en la mira a Colombia. Ecopetrol arroja las utilidades más altas de su historia y es dueña de ISA (con inversiones en Brasil). Pero los desatinados planteamientos del presidente y su filósofa de Minas, en materia de hidrocarburos, han devaluado su acción 40 % y el peso 23 %, en menos de tres meses. Quizá la también doctora en Geografía Política logre convertir nuestra compañía insignia en la hermanita menor de PDVSA, ya en las alforjas chinas y futura proveedora del gas que nos prohíben explorar.
Petro no se ha olvidado de los Estados Unidos; la semana pasada los acusó de querer arruinar al mundo con su poderoso dólar, y como acto de contrición les propuso asumir la compra de tres millones de hectáreas a Fedegán, para consolidar la “paz total” con su Reforma Agraria.
Dios quiera que no terminemos desertificados y descertificados.
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