PUBLICIDAD
En épocas anteriores quienes ejercían esta actividad eran grandes escritores, intelectuales de valía y se caracterizaban por mantener posturas ideológicas muy fundamentadas y una coherente actividad intelectual. Podemos recordar especialmente al expresidente Alberto Lleras Camargo, quien además de ser destacado político era periodista, escritor y un intelectual de peso. De él decía Gabriel García Márquez que “era un escritor extraviado en la política”.
Recordamos también -entre muchos otros- al profesor Gerardo Molina, destacado intelectual, escritor y político colombiano que fue varias veces candidato presidencial y se constituyó en un verdadero hito como maestro de varias generaciones que nos formamos en diversas ramas de las ciencias sociales en la Universidad Libre y en la Universidad Nacional de Colombia. O al maestro Luis López de Mesa, político, ministro, escritor y profesor de Estética, Historia del Arte y Sociología Americana. Y entre los santandereanos cómo no mencionar a “El Condecito” Álvaro Uribe Rueda, político y escritor, asiduo y protagónico visitante de la famosa librería Grancolombia en la calle 18 de Bogotá, que era el centro de la intelectualidad de la época. O a Alfonso Gómez Gómez, destacadísimo político, convencido educador, verdadero intelectual, diplomático y abogado.
Para algunos historiadores, el concepto “intelectual” surgió en el siglo XII y se refiere a quienes tienen por oficio: “pensar y enseñar su pensamiento”. Otros investigadores lo ubican en el apogeo de la ilustración. Hoy entendemos por “intelectual” aquella persona “que se dedica al estudio y la reflexión crítica sobre las ciencias, las letras y la realidad y comunica sus ideas con la pretensión de influir en ella, alcanzando cierto estatus de autoridad ante la opinión pública”.
En Colombia, desafortunadamente, la mayoría de quienes en estos tiempos ejercen la actividad política carecen de suficiente preparación. En la actualidad, vemos con extrañeza cómo el ministro que tiene la misión de definir y gobernar las políticas de educación de los niños y de la juventud se expresa con palabras soeces y expresiones procaces que empobrecen cualquier controversia pública.
Vemos también como el exsenador y director del Departamento Nacional de Planeación, máximo responsable de los presupuestos del Estado, se ufana diciendo “yo no aspiré a ser economista porque las matemáticas me dieron muy duro”. Esto no lo entendemos y creo que nunca lo entenderemos.
En el imaginario colectivo, los políticos siempre tenían las ideas claras, eran congruentes en sus acciones y se preocupaban por la cimentación intelectual de sus propuestas, independiente de su ideología política. Nunca compartimos las ideas de Álvaro Gómez Hurtado, pero fue un verdadero intelectual y un hombre muy valioso para Colombia.
A veces caemos en el lugar común de decir que “todo tiempo pasado fue mejor”, pero recordamos a Don Francisco de Quevedo, el célebre político e intelectual del Siglo de Oro español cuando afirmó que “cuando decimos que todo tiempo pasado fue mejor, condenamos el futuro sin conocerlo”.
Comentarios