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De acuerdo con la Sagrada Escritura, un Rey, un gobernante, un elegido, un enviado, debe tener como base de su gobierno la misericordia. La misma palabra muestra sus implicaciones: Se trata de leer con un corazón sensato y solidario, las necesidades, las angustias, la pobreza, el abandono, en que se encuentran los demás. El poder del Hijo de Dios no es el poder de los reyes, es el poder de dar la vida eterna. Así lo explicó de una manera profunda y muy sabia, nuestro Papa emérito Benedicto XVI: el poder de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa.” (Ángelus, 22 de noviembre 2009).
El Rey según el pensamiento del Padre celestial, no se equivoca: sabe ubicar las ovejas a la derecha, los cabritos a la izquierda. Sabe discernir los buenos y los malos. No juzga, ni condena (cf. Juan 3,17; y 12,47). Él separa. A Dios como Rey nunca se le ocurre juzgar a las personas, se supone que Él es el Rey y es el primero en dar ejemplo; las personas son quienes se excluyen, por su manera de ser y de pensar. Por ejemplo: ¿Cuándo te vimos con hambre, y con sed y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos desnudo y te vestimos, enfermo o preso y fuimos a verte? (cf. Mateo 25, 43-46). El enviado de Dios está puesto para caída y elevación de muchos en Israel. Signo de contradicción según la profecía del anciano Simeón. (cf. Lucas 2, 33-35). Cuida tu salud: Quien gobierna pensando en sí mismo, termina haciendo mucho mal.
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