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También desde el principio se supo que todos los países sufrirían, unos más que otros, dependiendo de su preparación para enfrentar el mal y del acierto en las decisiones para enfrentarlo. Era evidente que Colombia estaría entre los que le iría mal –aunque a otros les fuera peor–, porque estaba mal preparada por el desenfoque de la Ley 100 de 1993 y la mediocridad de su sistema de salud y porque el desempleo y la pobreza creaban trabas estructurales para evitar contagiarse. Hoy está demostrado que hay más enfermos y muertos entre aquellos a quienes la pobreza obliga a salir a la calle a rebuscarse la comida. A lo anterior súmese un Estado bastante débil para atender la crisis, en razón de que Colombia tiene en la base de todos sus problemas una economía de mercado raquítica –de 6.500 dólares por habitante al año–, la cual explica “el insoportable atraso del casi 80% de nuestro territorio”, al decir del exdirector de la Dian de Juan Ricardo Ortega (Semana, Jul.04.20).
Completaba la pésima preparación para abordar zipote lío el estar en manos de #DuqueYCarrasquilla y de sus soportes políticos, por lo que no era dable esperar que cambiaran sus dogmas socioeconómicos y políticos ni las querencias por las que los gratifican. Así lo confirmaron ellos en Colombia y lo ratificaron sus instructores a escala global, quienes, por un dólar más de ganancias para los mayores linces de las finanzas del mundo son capaces hasta de provocar una guerra mundial.
La primera prueba de la incapacidad de Duque en lo que tocaba hacer en el momento para acertar consistió en demostrar que no utilizaría un decreto de la emergencia para modificar en algo de importancia el régimen de salud diseñado a favor de la EPS, ni para garantizarles los derechos laborales a los trabajadores del sector ni pagarles las deudas a las IPS públicas y privadas.
Sus medidas económicas han brillado por su tardanza y cicatería. Así lo sienten en sus estómagos los más pobres a los que algo les dan y muy mal les ha ido también a los que perdieron sus empleos y a la clase media que se ganaba la vida con trabajos por cuenta propia. Y sufren numerosas empresas –endeudas y sin cómo pagar las nóminas–, en especial las micro, pequeñas y medianas. Retrata a este gobierno que haya en el mundo 76 Estados gastando más que Colombia en la atención de la crisis –menos del tres por ciento del PIB–, mientras que Duque, con pueril viveza, echa la mentira de que cuadruplica ese porcentaje.
Pero como todo lo errado puede empeorarse, ya #DuqueYCarrasquilla y sus protegidos advirtieron que seguirán con lo mismo que hacían antes de abril, como si para esa fecha Colombia no fuera un desastre económico y social sino el más exitoso de los países. Su gran astucia consiste en insistir en la misma receta que, según se ha probado, no le sirve a Colombia pero a la que, eso sí, sin temor al ridículo, la llaman Plan Marshall. Y agregan que se inspiran en Keynes, otro cañazo.
Porque ocultan que emplear el mayor gasto público –el keinesianismo– como estartazo, como empujón, para enfrentar la crisis, exige dos condiciones para que produzca el efecto positivo que se supone debe producir. Que el empleo y el ingreso que se aumenten no se conviertan en más bienes extranjeros importados, como sucede con lo que nos imponen los TLC. Y que el estartazo al carro de la economía sea a un vehículo con verdaderas posibilidades de avanzar, es decir, diferentes a las de antes de la pandemia para que pueda moverse de verdad. Otra prueba de que Colombia necesita un Gran Pacto Nacional que gobierne con ideas diferentes a las del duquismo.
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